La curiosidad por lo desconocido y su cámara analógica han llevado a la creativa multidisciplinar Anna Roura a iniciar un diálogo interior con los sujetos y los rincones más sugerentes de Nueva York. Un fotógrafo jubilado, un limpiabotas, un cliente de comida rápida… El eclecticismo de la Gran Manzana queda plasmado en New Yorkers * Random * Fantasies, una serie que, con cierta ironía, se aventura a imaginar lo que se esconde detrás de las miradas de los neoyorquinos con el pretexto y la suerte de ver una ciudad por primera vez.
Mediante el proyecto New Yorkers * Random * Fantasies has documentado la realidad de una de las ciudades más soñadas. ¿Piensas que esta serie fotográfica consigue que aquellos que no han podido visitar la Gran Manzana se hagan una idea aproximada de la esencia de la ciudad?
Es una mirada. Otro punto de vista. Nueva York son muchas ciudades en una y su eclecticismo es desbordante. Para mí, aquello que aúna lo mejor de la experiencia es la energía de su gente, que te atrapa, te inspira y te magnetiza. Tengo un amigo que a eso lo llama esquizofrenia neoyorquina; yo lo viví más como pura gasolina para la inspiración. Cada uno lo ve desde un ángulo distinto. Y eso es lo bonito. Este ha sido el mío y lo he encarnado a través de este pequeño proyecto.
En vez de limitarte a ofrecer testimonio de la realidad, optaste por darle una vuelta al proyecto. ¿Cómo surgió la idea de ir más allá de la fotografía documental y aventurarte a intentar adivinar lo que les pasaba por la mente a tus retratados?
Yendo sola es inevitable hacer crecer este diálogo interior que te permite imaginar y construir relatos en torno a todo lo que te rodea. Al menos yo siempre lo hago –y más si estoy en un espacio repleto de nuevos estímulos y miradas distintas. La curiosidad por lo desconocido me hipnotiza. En Nueva York, eso me pasó más que nunca, y, cuando yo y mi jet lag fuimos a recoger las fotos, pensamos que sería divertido ir más allá y hacer este match con el alboroto de pensamientos que había tenido.
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‘Making America Great Again from Coney Island’ o ‘American dream todo el rato’; con los pensamientos que intuiste es inevitable hacerse la siguiente pregunta: ¿es cierto que el orgullo americano mítico de las películas no se limita al séptimo arte?
Intuyo que lo reflejé un poco así porque el cine se anticipó a mi experiencia. El cine y todo lo demás, vaya. Visitas la ciudad habiéndola visto y leído y escuchado antes mil veces. Esta es, en parte, la gracia del viaje. Es un proceso de deconstrucción, para mí ultra positivo, de todo lo que te han querido vender previamente. No creo que en Nueva York haya un sentimiento de patriotismo yankee muy visible. En realidad, sería algo absurdo cuando… ¿quién es de Nueva York? Lo que sí que afirmaría es que su energía absoluta puede contagiarte el famoso (y capitalista) claim de que todo es posible. Y, si juntas esto con el imaginario visual de esas dos escenas en concreto que comentas –y el enorme backup cinematográfico que llevamos todos en la mochila–, pues hay fantasías random para rato.
Y, a la hora de intuir los pensamientos de los viandantes, ¿no crees que más de uno podría estar preguntándose la razón por la que lo habías elegido como protagonista de tu retrato? ¿Qué criterios seguiste a la hora de seleccionarlos?
Me encantaría que este juego pudiera ser a la inversa y saber qué es lo que ellos tenían en la cabeza en cada uno de estos precisos momentos. Ojalá la conexión que hubo por mi parte fuera recíproca para ellos también. En una ciudad tan grande, donde todo es tan fugaz y los móviles eclipsan más que nunca la realidad del día a día, se hace más especial que nunca cuando surge este cruce de miradas con otras personas. La selección fue intuitiva acorde con la luz y, sobre todo, a esa conexión con la escena. También buscaba que fuera algo variopinta, reflejando este carácter profundamente dispar inherente a la Gran Manzana.
Está claro que el humor juega un papel importante en tu trabajo, al estilo Martin Parr. ¿Por qué crees que es importante divertirse con la fotografía?
La fotografía es una forma de capturar –o mejorar– la realidad, y la realidad se captura muchísimo mejor con sentido del humor. Es algo que surge de forma natural en mí cuando estoy detrás del objetivo. También me sale cuando escribo o diseño. Quizás, en la vida en general, debería ser un poco más así.
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Igual que Parr, cuya obra desdibuja los límites entre lo hortera y lo genial, ¿dónde marcas tú la línea entre lo que vale y no vale la pena?
Las historias que hay detrás. Me gusta que las imágenes cuenten cosas, que tengan contenido. Concibo la belleza por la belleza, pero para mí, el concepto siempre es más importante. Quizás eso también es debido a mis limitaciones técnicas y a mi background publicitario y diseñil. Soy un poco intrusa en el mundo de la fotografía, aunque, ¿qué hace a un fotógrafo, fotógrafo?
Para saber un poco más a cerca del proceso fotográfico, cuéntanos un poco cómo funcionó. ¿Pedías permiso a las personas antes de fotografiarlas? ¿Alguien respondió negativamente al ver que lo apuntabas con la cámara? ¿Piensas que el hecho de encontrarte en una ciudad moderna y cosmopolita como Nueva York hizo que retratar a desconocidos resultase más sencillo?
En la mayoría de los casos, sí les preguntaba. Y hubo gente –muy, muy poca– que se negó. Y lo entiendo. Y no pasa nada: yo soy la primera que, muy a menudo, rechaza ser fotografiada. La verdad es que no me imagino trasladando este reportaje a Barcelona. Me resulta un entorno demasiado familiar y, efectivamente, para mí sería mucho más complejo. En Coney Island, me encontré a un fotógrafo jubilado que, después de retratarlo, me dijo que qué suerte tenía de poder ver su ciudad, Nueva York, con esa curiosidad de la primera vez. Yo veía cosas que a él ya no le emocionaban o que ni siquiera veía. Está claro que a mí me gustaría que me pasara lo mismo pero a la inversa con Barcelona.
Una feria, un restaurante de comida rápida, un limpiabotas, Coney Island… ¿Crees que las películas te condicionaron a la hora de elegir las localizaciones y las escenas merecedoras de ser fotografiadas? ¿O, simplemente, fue algo arbitrario?
Sin duda. Con Coney Island, sobre todo. Es cinematográfico a más no poder. Algo decadente, también. Y retro. Y kitsch. Para mí, pura fantasía. De hecho, saqué un carrete entero allí. Me hubiera pasado horas y horas en ese icono de la cultura pop neoyorquina imaginándome las historias detrás de toda esa gente que estaba ahí comiendo fast food con la música a tope y Cyclone, la reina del parque de atracciones, como imagen de fondo.
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Optaste por la cámara analógica a la hora de realizar el proyecto, ¿a qué se debe? ¿Crees que contribuye a la estética cinematográfica que podían proporcionarte las localizaciones?
Llevarme la analógica fue clave para disfrutar más del proceso. Con la digital, me obsesiono con mirar una vez y otra todo el material que voy generando. La analógica me permite fluir y discernir más genuinamente todo lo que me cautiva de verdad. Creo que se vive más: te emocionas cuando la foto es (para ti) la foto y te desesperas cuando lo más esperado no está a la altura de tus expectativas. He ahí la gracia también. Lo importante es vivir con plenitud el momento y agradecer toda la belleza que has podido inmortalizar. Al no tratarse de ningún encargo comercial, de momento, yo estoy feliz pudiéndolo vivir así.
¿Qué parte has disfrutado más del proceso: el momento de la foto, el del revelado o ambos por igual?
Sin duda, el momento de la foto. La cámara me permitió, una vez más, poder observar, escuchar y aprender cosas que sin ella dudo que hubiera podido hacer. Ha sido la excusa del inicio de muchas conversaciones y me ha llevado a buscar más la autenticidad del trayecto. Es ir por el mundo con la máquina y que el volumen de situaciones interesantes empiece a incrementarse. Cierto es, también, que traje los carretes a revelar nada más aterrizar a Barcelona (risas).
¿Hay alguna escena que consideres que es bastante representativa de la cultura estadounidense que te hubiese gustado fotografiar para este proyecto, pero con la que no te hayas encontrado?
Sí, andaba obsesionada con encontrar un americano voluminoso disfrutando de una hamburguesa XL detrás del skyline de Manhattan. Sabía que esa no sería la escena más representativa de la ciudad pero la tenía muy absurdamente en la cabeza. También me hubiera hecho gracia encontrarme a un expatriado hondureño fumándose un canuto delante del rascacielos de Donald Trump.
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