“Estos son las Rastrografías: obras de arte co-creadas por artistas naturales y por mí”. Así presenta el joven artista barcelonés Carlos Herraiz su nueva exposición en Montoya, que se mantendrá abierta hasta el 30 de octubre en Barcelona. En la amplia y luminosa sala nos recibe entre un conjunto de obras dispersas por el espacio. Estas son el resultado de la exploración y de la reflexión de ideas como el paso del tiempo y las huellas del olvido, de la sucesión de lo que estuvo presente y de lo que ahora brilla por su ausencia.
Carlos Herraiz viene de una familia artista, pues su padre y su abuela le introdujeron en el mundo del arte desde pequeño. La ansiedad y el deseo de crear, característicos en las almas artísticas, yace en sus entrañas, pero no empezó a ahondar en cómo canalizar esta energía hasta que a los dieciocho años se mudó a Edimburgo. Ha explorado la pintura en la escuela de arte de Leith, en la Glasgow School of Art y en la Academia de Arte de Barcelona.

Con ojos brillosos, nos explica la pasión que siente por cómo lo tangible se convierte en polvo, en vacío, en silencio, o, en definitiva, en una mancha. Para él estamos formados por manchas, es decir, por experiencias que nos han penetrado, sueños, frustraciones o desamores que ya no forman parte del presente. Ahora tan solo son reflejos de lo que un día fue, un eco que a lo lejos se va perdiendo.

Esta sensibilidad se traduce en su obra y en los materiales que utiliza. Le interesa el proceso biológico de cómo algo cambia, degenera, crece, y desaparece. Utiliza fotografías antiguas, manchadas por la humedad, por el paso del tiempo y por los insectos para crear sus obras. Dejó que el océano fuera quien diera el primer trazo en el cuadro Playa de Gullane. Se considera un arqueólogo callejero, rescata objetos del pasado y trabaja sobre ellos, devolviéndoles la vida. De hecho, se podría decir que su obra es el resultado de un trabajo en equipo entre él, el desconcierto del paso del tiempo y la misma naturaleza. En un sofá rodeado por su trabajo, Carlos Herraiz nos habla un poco más acerca de esta pasión por las ‘manchas’ que lo ha llevado a prescindir de la figura y a crear cuadros abstractos.
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Dices que las manchas son el reflejo de algo que sucedía en el pasado y ya no está. Tus obras en sí son como manchas, pero tú recalcas que son figurativas. ¿En qué sentido dices esto?
Exploro la transición o el proceso evolutivo de un estado al otro, de algo que está a algo que no está. La presencia física que desaparece pasa a ser una ausencia. Me interesa saber qué queda de esta ausencia. Me pregunto, ¿qué pasa cuando no está? Queda una mancha, queda un silencio, queda el olvido. La memoria con el paso del tiempo se vuelve abstracta, es decir, pasa de memoria, a memoria de memoria, y poco a poco va perdiendo conexión con el recuerdo original, hasta que al final se transforma en una huella o en un rastro. Los cuadros que hago son una exploración de esto. Digo que son figurativos porque yo antes pintaba figuras y ahora pinto el rastro de estas figuras. Sugiero la presencia de algo que ya no está y que ha dejado una huella simbólica o metafórica.
Esta fascinación que sientes por el paso del tiempo, por lo que un día estuvo y ahora ya no está, ¿a qué se debe?
Lo relaciono con la fascinación intuitiva que sentía de pequeño por los fósiles. La inocencia de la niñez me llevaba a ir a la montaña a buscar fósiles. Aunque entonces era como un juego para mí, ahora, con veinticuatro años, puedo ver cómo ya desde pequeño sentía un profundo interés por el paso del tiempo. Al final, un fósil es como una huella de la ausencia de algo que hace millones de años estaba. Con la piedra puedes conectar con el original, con la planta o el animal. Cuando empecé a pintar y a leer, este interés me volvió de forma natural.
Las almas creativas sienten una necesidad de crear, como un cosquilleo. Muchas veces lo difícil es encontrar el lenguaje artístico o creativo para canalizar esta energía interna. Como has dicho antes, tú antes pintabas figuras y ahora exploras su rastro en tus cuadros. ¿Cómo ha sido la evolución de tu lenguaje visual?
Toda la gente creativa sentimos, como bien dices, una especie de cosquilleo en el pecho que necesitas sacar de una forma, ya sea cantando, dibujando, bailando o lo que sea. Desde bien pequeño empecé a dibujar porque mi padre y mi abuela pintaban. Puede que todo el mundo tenga carpetas de dibujos de su infancia, pero yo lo sentía como una especie de refugio. No fue hasta los dieciocho años, cuando decidí irme a Edimburgo, que maduré artísticamente, ya que hasta ese entonces solo había sido una especie de hobbie. En ese punto no sabía si estudiar psicología o antropología, pero decidí darlo todo en el arte.
Allí empecé a plantearme qué me gustaba y cómo quería hacerlo. De manera super natural empecé a interesarme por la figura humana. Sentía esta tensión de lo que era figura y lo que no era figura, pintaba al límite de lo reconocible para explorar la ausencia y la presencia. Pero con el tiempo, me di cuenta que me estaba estancando en un punto superficial. Necesitaba ir más allá y explorar más profundamente la abstracción, que es un lenguaje infinito, abierto y sugerente.
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En este punto en el que decidiste ir más allá, ¿hay algún referente que te impulsara a dar este paso?
El pintor Francis Bacon es uno de mis referentes desde siempre a nivel artístico y a nivel personal. Sobre todo cuando pintaba figuras era mi referente principal, ya que él fue un poco el propulsor de esta tensión entre figuración y abstracción. Ahora me he empezado a inspirar más en fotógrafos y en un poeta argentino que me gusta mucho, Hugo Mujica, quien habla de la invisibilidad y de ideas muy complejas y abstractas con un lenguaje super simple y sugerente. Bueno, al final soy una especie de esponja, recojo de todos los sitios: de libros, de poetas, de películas. No sé decir cuál es mi núcleo de inspiración, es todo a la vez un poco.
Siento un poco de paralelismo entre tu proceso creativo y el concepto de flaneur. Vagando por las calles de Edimburgo, encontrabas la inspiración en muebles abandonados, objetos huérfanos, etc. Estabas abierto a lo que te encontrabas al paso.
Es verdad. Me encanta la calle y sentarme en plazas a tomar el sol. De hecho, tengo un poco el síndrome de Diógenes, de acumular cosas, de hacer fotos a paredes, de recoger papeles de la calle. Yo lo defino como arqueología callejera.
En tus obras utilizas fotografías antiguas que te encuentras. ¿Por qué sientes esta atracción por ellas?
Para mí, la foto es algo que empecé a explorar por casualidad, como un instrumento para jugar. Empecé a tomar fotos con carrete hace cuatro o cinco años. A partir de ahí descubrí el margen que tiene de accidente el carrete, tiene un punto de control y de descontrol. Puedo controlar hasta un punto, pero el carrete hace también su parte. Además, el revelado también es un proceso largo en el cual la fotografía puede cambiar. Por esto siento un paralelismo entre mis cuadros y la fotografía.
Me encanta la idea de tensión entre el control y el descontrol, dejar que el accidente pase, que el descontrol suceda. Desde que haces las fotos hasta que las tienes en tus manos pueden pasar dos meses. Es este paso del tiempo, esta inseguridad, esta emoción lo que me atrapan. Llegó un punto en el que empecé a aceptar las fotografías que me salían mal y a verlas como parte de mi trabajo, incluso más que las que me salían bien.
Algunos accidentes los he utilizado como una oportunidad para pintar encima, como en Rastro de memoria. Las fotos antiguas me apasionan porque es como tangibilizar las ideas de mis cuadros. Cuando las encontré en esa casa abandonada del pueblo de Grecia sentí que era eso, mis ideas de la memoria materializadas: la foto como memoria capturada en la que el paso del tiempo ha dejado una huella. Eran el rastro de una familia que desconozco.
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Hace poco leí un libro que se llama Mujeres que corren con lobos, de Clarissa Pinkola Estés. La autora habla de la dualidad del ser humano y de la existencia de un ‘Yo salvaje’, a veces reprimido en la actualidad. Dice que la forma de conectar con esta parte olvidada y necesaria es a través de escuchar nuestra intuición. He visto que cuando pintas te dejas llevar por la intuición y a demás también dejas a la naturaleza participar en tus cuadros. ¿Podrías explicarme qué sientes al respecto?
Es literalmente lo que has dicho. Al final estamos como reprimidos, encerrados en un cubículo de convenciones sociales, formalismos, convencionalismos y aspectos burocráticos. Como has dicho, tenemos esa parte animal un poco dormida, incluso ignorada. Se tiene que saber escuchar, hacerle caso y alimentarla. Se debe tener la tranquilidad de que todo pasa por algo. La intuición es transparente, pura y verdadera. Y con los cuadros es lo mismo, tengo la confianza de que llegará un punto en que estaré más o menos tranquilo.
Intento no encerrarme en una cápsula de filtros cuando voy a pintar un cuadro; intento no pensar en nada. Al final, todo pasa de una forma muy orgánica y natural. A veces, un cuadro te lleva cinco meses; otras, dos semanas, y otras veces, tres decisiones diferentes. Pero al final es saber confiar y escuchar la intuición y la naturaleza.
Hablando de esto, ¿cómo sabes que un cuadro está terminado? Hace unas semanas leí una entrevista de Tàpies en la que decía que él era el primer espectador de su obra, y por tanto, la prueba de si lo que hacía era eficaz. ¿Cuál es tu prueba?
Bueno, primero de todo, Tàpies es uno de mis referentes. Esta pregunta es la más complicada porque nunca siento que está acabado. Cuando paro es porque me he quedado sin posibilidades, un punto en el que no sé por dónde tirar. El cuadro me pide basta, que le deje un poco de espacio. El tiempo es quien decide cuándo están acabados. Hay cuadros que no sé qué hacer con ellos, que no me gustan y los dejo castigados contra la pared. Después vuelvo a verlos al cabo de un tiempo y mi percepción cambia.
Por ejemplo, en La quietud del después llevaba trabajando cuatro meses y acabé harto. Pensé, a tomar por saco, y le tiré pintura roja encima. Al principio me horrorizó aunque había tapado lo que quería. Lo dejé por meses hasta que lo saqué y sentí que tenía algo. A pesar de ser todo rojo, tenía toda una historia de meses y meses, de decisión tras decisión, que se podía ver, que estaba ahí. Hay que ver este proceso de distancia como parte del trabajo, como parte de los cuadros.
Citándote, dices que eres una persona sensible y que sientes un profundo interés por la gente, tanto por sus luces como por sus sombras. ¿Cómo trasladas esto a tus cuadros?
Pues la verdad es que no lo sé, pero espero que sea algo que se pueda apreciar cuando miras mis obras. Al final, este interés que tengo por la gente, por lo humano, está muy presente en mis cuadros. Con el tiempo quiero vincularlo más todavía trabajando con arte terapia.
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También iba a preguntarte sobre esto. Tu padre desarrolla arte terapia en psiquiátricos y tú, desde joven, lo acompañabas a sus sesiones. ¿Cómo fue tu primer contacto? ¿Cómo crees que el arte ayuda a personas con trastornos mentales?
Con catorce o quince años acompañaba a mi padre en sus sesiones. Hacía unos talleres con un objeto que se inventó para hacer películas. Yo estaba allí de asistente y fue algo profundo para mí. El arte es el canal más libre que existe para expresarnos. Justamente creo que las personas con trastornos mentales o incluso los niños tienen más libertad porque no tienen todas estas estructuras mentales. Es como un vómito de lo que sienten, y para los especialistas son pistas para entender un poco más al paciente. Es un acto tan intuitivo que no piensas en lo que vas a decir, tiene una pureza increíble.
Me acuerdo que una vez, en el hospital maternoinfantil de Sant Joan de Déu, había un niño de nueve años muy callado. Le pusimos una película y tenía que dibujar. Empezó a dibujar con mucho rojo de forma muy agresiva. También dibujó un coche, pero todo muy sádico y oscuro. Cuando acabó el taller, los médicos nos dijeron que era la primera vez que expresaba el accidente que tuvo con sus padres.
Por último, tus cuadros me recuerda al proceso vida/muerte/vida. ¿Exploras esto en tu obra?
Es un poco la exploración del después, pero no quiero que se vincule con la ausencia de una persona. No quiero dramatizar en este sentido. Es más la ausencia como concepto, de la planta que se ha movido y ha dejado una marca. Pero de alguna forma es este transcurso, alguien ha dejado de dar vida a un objeto y tú se la devuelves. Cuando le das valor a algo, amor, ilusión y aprecio lo revives. Es observar y dar sentido al después.
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