El programa de residencias de la fundación Blueproject constituye uno de sus ejes centrales, y tiene el objetivo de apoyar y dar a conocer los proyectos de artistas emergentes e internacionales. Entre más de 600 propuestas, la de Cristina Mejías fue una de las seleccionadas en la convocatoria pasada para formar parte del programa, y ahora expone You can’t leave fingerprints on stone hasta el 4 de octubre en la misma fundación, en Barcelona.
La muestra se propone como un recorrido arqueológico de las maneras y los gestos con los que la producción artística se aproxima a la construcción de la historia y la memoria. A través de objetos, esculturas y vídeo-instalaciones, la artista lleva a cabo su propuesta creativa y nos transporta a su experiencia arqueológica vivida en la isla griega de Gavdos en 2017.
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Te licenciaste en Bellas Artes y además realizaste un máster en Investigación en Arte y Creación. ¿Siempre te has sentido atraída por las artes o también contemplaste otras salidas profesionales?
Creo que si no hubiera estudiado Bellas Artes habría elegido un camino más relacionado con la antropología o la etnología. Estoy fascinada con ese tipo de dedicación; de observar al otro y entender cómo se tejen las costumbres y tradiciones dentro de una sociedad, del tipo que sea. Pero la atracción por el arte y el proceso creativo siempre ha estado ahí.
Los primeros tres años de mis estudios universitarios compaginé Bellas Artes con Arquitectura. Al irme de Erasmus tuve que elegir estudiar ese año una de las dos carreras y elegí Bellas Artes. Esa experiencia me dejó bastante claro que era ahí donde quería centrar mis esfuerzos, por lo que abandoné mis estudios de Arquitectura, aunque creo que de alguna forma juega también un rol importante en mi práctica.
En tu familia abundan los artistas. Tu abuelo materno era artesano, uno de tus tíos transforma muebles y objetos, y uno de tus hermanos es luthier. ¿Qué papel han jugado tus antecedentes familiares en tu desarrollo profesional como artista?
Bueno, imagino que de primeras es algo que viene más de las tripas. Que de manera inconsciente y ahora quizás de forma más consciente he sido testigo de esos procesos desde pequeña y eso ha calado en mí de alguna forma. Me siento muy afortunada de poder compartir sensibilidades hacia ciertas cosas con personas tan cercanas, porque se mezclan con nuestras biografías, recuerdos y afectos, y eso a nivel personal ha sido y es muy importante para mí.
Justamente con la ayuda de tu hermano luthier realizaste el proyecto Boca y hueso, en el que deconstruiste la guitarra flamenca para cuestionar la linealidad narrativa de los relatos históricos tradicionales. ¿Qué es lo más significativo que aprendiste con este proyecto?
Estando un día en el taller de uno de mis hermanos, que es artesano de guitarras flamencas, me dijo ‘no hay dos guitarras iguales’, y la frase se me quedó en la cabeza. Creo que gran parte de mis proyectos tienen mucho de esto. En un principio no eran luthieres, sino habilidosos ebanistas y carpinteros, los encargados de construir estos instrumentos, que funcionaban como acompañamiento a aquellos/as trabajadores/as que cantaban en fraguas, mataderos o reuniones de taberna lo que no les estaba permitido decir libremente.
Resulta que su oficio, lejos de venir de una tradición escolástica, se traduce en enseñanzas que se transmiten de maestro a maestro, evoluciona bajo una enseñanza oral y empírica. Por esta misma razón me interesó adentrarme en este gremio y, a partir de mi investigación artística, convertirme en aprendiz de unos procesos que llegan a mí atravesando a mi hermano, que a su vez adquirió su conocimiento del maestro Rafael López Porras.
Cada artesano, a su vez, transforma la aplicación de estas enseñanzas bajo una mirada personal. Poner el foco en esta práctica concreta me permitió revisar la importancia de cómo el relato, compartiendo una base común, se transforma al pasar de unas manos a otras. Que el cuerpo que se conforma (en este caso la guitarra) comparte trazos con multitud de versiones de una misma historia.
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Comentas que tu trabajo “surge de narraciones cercanas, esas que se transmiten oralmente y tienen mucho de la voz del orador que las cuenta y del oyente que les da oído”. ¿Cómo transformas esas narraciones en arte? ¿Cuál es el proceso creativo?
Si reviso los últimos proyectos en los que he estado trabajando los últimos años, me doy cuenta de que normalmente comienzan con una conversación. La deriva plástica viene después. No se trata tanto de transformarlas directamente en un objeto artístico, sino de dejar que mi cuerpo se convierta en cuerpo que aprende algo, que vive una experiencia, y a partir de ahí surgen acciones que se traducen en piezas. Para mí es algo así como contar una historia que me han contado a mí. Y ahí me doy la libertad del narrador de poner el foco en uno u otro detalle a partir de mi trabajo. No se trata de contarlo todo.
Suelo sumergirme en procesos de investigación bastante extensos en el tiempo, que nacen a partir de experiencias, de escucha y de lectura. Pero luego hay también mucha intuición y disfrute de trabajar con las manos, que creo también muy importante en mi trabajo.
Has inaugurado tu nueva exposición You can’t leave fingerprints on stone en la fundación Blueproject de Barcelona. En ella desarrollas tu propuesta creativa a partir de una experiencia arqueológica que viviste en 2017 en la isla griega de Gavdos. ¿Qué relación tiene el título de la exposición con tu experiencia en la isla?
El título proviene de una conversación que aparece en uno de los vídeos que se muestra en la exposición. Los protagonistas de este vídeo son el arqueólogo Efthimis Theou, y la restauradora Amalia Troullinou, encargada de recibir los fragmentos que provienen de la excavación y prepararlos para que pasen a formar parte de un museo.
Hay un fragmento del vídeo en el que hablan de cómo a veces, en los restos cerámicos, aparecen grabadas las huellas dactilares de aquel o aquella que moldeó la pieza. Me parece muy relevante en relación con el espíritu que guía todo mi proyecto: invocar la escala humana. También con el proceso mismo de cómo se conforma una pieza cerámica: comienza siendo un material maleable y dúctil, que en potencia puede adoptar cualquier forma mientras una lo moldea con las manos. Y de repente, llega un momento en el que se convierte en algo sólido, algo más parecido a una piedra. Pero para que la huella aparezca, el material ha tenido que dejarse moldear previamente.
Me parece que esto tiene algo que ver con la memoria y la narración de esta; al ponerla en palabras, el recuerdo pasa de ser algo fluido a convertirse en algo fijo. Y si pensamos en la excavación antes de ser excavada, también es un terreno que es preludio y contenedor de todas las posibles formulaciones, donde el hito se mezcla con el caos y la tierra, y aparecen ficciones como opciones que después se convierten en un relato anquilosado detrás de una vitrina de museo.
You can’t leave fingerprints on stone quiere proyectar tanto el pasado que muestran los yacimientos naturales como el de Gavdos, como el posible futuro que estos testimonios puedan explicar. ¿De qué modo consigues plasmar pasado y futuro simultáneamente? ¿Cómo conviven esos dos tiempos en tu exposición?
Bueno, diría que el tiempo que trato de explorar más bien es el gerundio, donde no hay un punto de partida y un desenlace, sino que todo está en movimiento. Se trata de sacar los objetos de las vitrinas y dejar que se desplacen y puedan adoptar otras formas. Una cartela de museo deja fuera cantidad de hipótesis que se mezclan con los mitos y leyendas de aquellos/as que conviven con la excavación y afectan (o deberían afectar) en la interpretación de esta. Como ocurre con la historia y esas otras pequeñas narraciones circundantes que se quedan fuera de la versión oficial. Que esta no solo acontece en los restos, que es importante la vida que circula.
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Para realizar la exposición te sumergiste en la disciplina de la arqueología, lo cual te permitió explorar los gestos con los que la producción artística se acerca a la construcción de la historia y la memoria. ¿Cómo fue la experiencia? ¿Habías trabajado desde la arqueología anteriormente?
Es algo que me interesaba por el terreno en el que se mueve, pero no había tenido la oportunidad de relacionarme de forma tan directa con la arqueología hasta que conocí a Efthimis. Poder acercarme a su trabajo ha sido en sí mismo un hallazgo. Este proyecto nació, como otros, de una conversación entre él y yo. Ahí descubrimos que compartíamos, desde lugares distintos, afinidades e intereses. Su desarrollo ha supuesto viajar lejos para acercar esos lugares hasta que se toquen, y tratar de hacer del lenguaje, las manos y el gesto de una, el lenguaje, las manos y el gesto del otro.
Él, como científico, es arqueólogo. Su trabajo consiste en tratar de ordenar la historia y la memoria. Pero al mismo tiempo es performer, y es desde esta disciplina desde la que agita las historias, las desordena y cuestiona su labor como científico. Me interesa mucho la fricción que sucede en su persona.
Hay un fragmento de Una historia otra (salitre es lo que queda), un texto escrito por Jesús Alcaide sobre este proyecto, que creo que resume muy bien el terreno en el que me he movido durante la producción de las piezas: “[...] el proceso artístico y creativo hurga en lo incierto, lo que aún no está probado ni validado por la ciencia, lo que como Calipso, la ninfa que retuvo a Ulises en Gavdos durante su viaje a Ítaca, permanece ‘oculto’, no visible, velado. Allí donde los dominios de la razón se tambalean y es el gesto el que inaugura un nuevo umbral de posibilidades es el lugar desde el que este proyecto se va construyendo.”
La exposición explora muchos aspectos de la mitología griega: Calipso, Ulises, la isla Ogigia… ¿Tu interés por la mitología griega viene de antes o lo descubriste con este proyecto?
Es algo que siempre me ha llamado la atención, pero no soy gran conocedora del tema. Me interesa la mitología en relación con abrir otros canales de interpretación y por el hecho de que persiste siempre que alguien la mantenga en circulación. En este caso, este tema surge a partir del contexto concreto en el que he estado trabajando (Gavdos, Creta). En otros proyectos que he desarrollado, aunque manteniendo ese mismo espíritu, se traduce en otro tipo de narraciones propias del contexto del que parten. No es que haya sido un terreno hacia el que concretar, sino uno desde el que desplegarse y plantear otras preguntas en lugar de dar respuestas.
En el proyecto, los objetos, las esculturas y las vídeo-instalaciones se cohesionan para transmitir tu propuesta creativa. ¿Cómo se complementan estos distintos formatos de exposición? ¿Qué criterios seguiste a la hora de seleccionar un formato u otro?
Me gusta probar con distintos materiales y es cada pieza la que me guía hacia la elección de aquello que mejor me sirva en cada momento, de una forma bastante intuitiva. Siempre estoy abierta a seguir probando materiales y técnicas que a priori desconozco, me gusta aprender algo nuevo en el proceso y no suelo seguir ningún criterio fijo.
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Tu exposición You can’t leave fingerprints on stone se podrá visitar hasta el 4 de octubre en la fundación Blueproject. ¿Qué experiencias se van a llevar aquellos que la visiten?
Eso es algo muy personal. Yo hice un viaje, cada cual tendrá el suyo.
Ya hace tres años que realizaste el viaje a la isla griega. ¿Cómo te cambió la experiencia? ¿Dirías que supuso un antes y un después en tu vida?
Bueno, creo que cada cosa que hacemos tuerce el rumbo de lo que viene después. Seguro que sí. Y me ha permitido aprender muchísimas cosas. También gracias a la confianza y las oportunidades que me han surgido a raíz de este proyecto. Es muy gratificante que otras personas consideren que lo que estoy haciendo importa que pase y se desarrolle. Estoy muy agradecida por todo el apoyo que he recibido.
En una entrevista comentaste que tu proyecto favorito hasta el momento era Temps vécu, sobre todo por lo mucho que charlaste con tu abuela. ¿Aún sigue siendo tu proyecto más especial?
Sí. Sobre todo ahora que ella ya no está. Pero está.
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