Un parto en vivo y en directo, real como la vida misma. Así empieza Entre dos aguas, el aclamado y laureado film de Isaki Lacuesta que le ha valido su segunda Concha de Oro en el Festival de Cine de San Sebastián en 2018, dos nominaciones a los Goya, y cuatro a los Gaudí. Pero él insiste que, a pesar de esta primera escena tan documental, el film es una ficción con un tratamiento hiperrealista.
Entre dos aguas es una película de una belleza inusual. Retrata el inexorable paso del tiempo, ese que tanto nos aterra, pero también lo inalterable y estático que puede ser. Las vidas de Isra y Cheíto, los dos hermanos que protagonizaron La leyenda del tiempo en 2004, han cambiado radicalmente tras los doce años de intervalo entre ambos films: si antes eran adolescentes con una vida entera por delante, sueños por cumplir, y miedos a superar, ahora se han convertido en padres de familia con problemas adultos. Pero su entorno, el barrio de La Casería en la isla de San Fernando, parece que sigue igual: la miseria, la lucha diaria, el paro más alto de España, pero también la música como modo de vida o el sentimiento de comunidad como herramienta para vivir mejor.

Si en La leyenda del tiempo la música era el punto de partida y el relato se dividía entre el de los hermanos Gómez y el de Makiko, una chica japonesa que huía en secreto de su familia para perseguir su sueño de convertirse en cantaora, en Entre dos aguas la mirada se centra solamente en ellos y su alrededor: amigos expresidiarios, hijas (tres por cabeza, que no está mal) y mujeres, vecinos, pero sobre todo, su relación, deteriorada por el tiempo y por los caminos radicalmente opuestos que han elegido –el de trapicheador y el de militar en la marina. Hablamos con Isaki para que nos cuente por qué ha decidido retomar esta historia ahora y reflexionamos sobre el paso del tiempo, el talento, y su amor por el cine.
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La leyenda del tiempo fue tu segundo largometraje, y han pasado doce años hasta que no ha llegado su continuación, Entre dos aguas. Y por medio, unos cuantos films más. Atribuyes el haber vuelto a la historia de Isra y Cheíto al lapso de tiempo que ha pasado, que ya era largo, y a situaciones personales de los hermanos que podían aportar mucho al drama. ¿Cuáles son, además del embarazo de la mujer de Isra?
El embarazo fue el detonante, fue lo que nos hizo arrancar con el rodaje porque lo queríamos captar de verdad. Aunque la película sea de ficción, queríamos que estuviera enmarcada por momentos reales, uno de los cuales es este. Pero decidir que era el momento de hacer la película fue porque había transcurrido un lapso de tiempo suficiente: los problemas a los que se enfrentaban eran propios de adultos, sus cuerpos habían cambiado, y sus vidas también. Así que ya teníamos la parte ‘física’. Respecto a la parte narrativa, el detonante fue cuando Cheíto volvió de una misión en África. El hecho es real, y luego en la película se recrea. El propósito en La leyenda del tiempo era captar el paso del tiempo y retratar a los hermanos a lo largo de los años, y vimos que ahora era un buen momento.
Destacas que este segundo film es puramente ficción, que a pesar de que casi no hay diálogos escritos y memorizados, Isra y Cheíto están interpretando a personajes muy cercanos a sí mismos y sus amigos. Pero el tratamiento es hiperrealista, parece que sí se mueva entre el documental y la ficción. ¿Te da miedo que haya gente que, tras verla, siga pensando que hay más realidad que ficción? ¿O ya te ha pasado que ha venido gente a preguntarte qué es ficticio y qué es real?
Nos han ocurrido las tres cosas. Hay gente, sobre todo en eventos internacionales, que percibieron la película como una ficción completa (y no sabían que existía la primera). Nos decían que estaban muy impactados por lo mucho que se parecían los niños a los mayores, que habíamos hecho un casting increíble (risas). Luego también me he encontrado con gente que lo ha visto todo como un documental y que piensa que Isra ha estado en la cárcel, que todo lo que pasa en el film es real, y que hemos tenido la suerte de estar allí para rodarlo. Y luego, los que la han visto como una ficción pero muy realista.
Supongo que cada una lo interpreta desde su propia óptica.
Creo que las películas hablan de cómo están hechas. Por más que intentemos jugar a un hiperrealismo, al final se nota. Y es que, además, en los créditos cuenta cómo está hecha, pone que hay un guion y que una serie de cosas han sido escritas. Hay momentos en los que Isra y Cheíto interpretan cosas que han vivido y las recrean, se ponen en escena; y hay otros en los que interpretan momentos o experiencias que ha vivido gente cercana a ellos (vecinos, compañeros, familiares, etc.).
“A veces lo que cambia se subraya cuando ves lo que no cambia.”
¿Puedes poner algún ejemplo?
Cuando Cheíto y sus compañeros de la marina discuten los pros y contras de aceptar una misión en África, eso ha pasado, lo han vivido y lo están recreando en frente de la cámara, lo ponen en escena. Pero cuando Isra se echa a llorar porque su mujer le echa de casa tras volver de la cárcel, eso es ficción y él está actuando completamente. A lo largo de la película hay una combinación de estos dos registros.
La parte más ficticia, por así decirlo, es la vida de Isra: ni ha trapicheado (que sepamos), ni ha ido a la cárcel, ni su mujer le ha abandonado.
En realidad, en todas las historias hay ficción. Podríamos ir una por una y analizar qué le pasó a Isra, qué a Cheíto, qué al vecino…
Sí, pero me refiero a que el personaje de Cheíto, o al menos su vida, se parece mucho a la realidad: ha sido militar, ha estado en las misiones que dice, etc. Mientras que la de Isra está más ficcionada: no ha estado en prisión ni le ha abandonado la mujer. Pero no he sido capaz de encontrar en ningún sitio a qué se dedica realmente. Si no trapichea, marisquea, ni es chatarrero, ¿de qué trabaja?
Isra se busca la vida, y sí que ha habido momentos en los que ha chatarreado y mariscado –de hecho, cuando fuimos a grabar, todavía lo hacía. Depende de la época, de lo que salga. Cuando estábamos en fase de preproducción de la película, había encontrado un trabajo de jardinero. Pero era un desastre porque le pagaban diez o quince euros por ocho horas de curro y además tenía que llegar a los jardines, que estaban lejos. Y luego, hace poco, estaba trabajando en la construcción en Gibraltar. Pero ahora está con esperanzas de poder hacer algo más en cine.
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La verdad es que lo hace muy bien.
Creo que es un chaval con un talento enorme, e incluso ha habido festivales que le han otorgado premios y han reconocido su trabajo. Ahora se ha apuntado a una escuela de cine, está haciendo castings, e incluso ya le han ofrecido algún papel. A ver si consigue trabajo a la altura de su talento, tiene una capacidad increíble. Como les dice a muchos de sus colegas, este es un mundo difícil. Per esto él ya lo tiene entrenado, ya está acostumbrado a una vida dura. Tengo muchas esperanzas puestas en él.
Cuando me preguntabas si no me daba miedo que haya gente que piense que la película es un documental, en el fondo, es un elogio porque significa que hemos conseguido el máximo de realismo y transparencia (que buscábamos). Pero sí que he insistido mucho en contar cómo se ha hecho porque me jodería que el trabajo de Isra, de Cheíto, de Lolo, y de todo el resto de actores no se viera. Es un trabajo de actuación no tan distinto al que hemos hecho, por ejemplo, con Emma Suárez o Sergio López en otras películas.
El tratamiento tan realista que le das al film hace que a veces parezca que cogiste la cámara, bajaste a la isla, y te pusiste a grabar. Pero sé que no, que detrás hay un proceso largo, riguroso, (incluso tedioso) de preproducción y producción, que durante el rodaje las cosas cambian. ¿Cuáles han sido las mayores dificultades técnicas de Entre dos aguas?
Te diría que las mayores dificultades no han sido técnicas precisamente. Lo más complicado fue conseguir la financiación, y luego de verdad que el rodaje tuvo bastante magia. Creo que, de algún modo, lo habíamos entrenado a lo largo de los años, tanto por parte de Isra y Cheíto como del equipo, que hemos ido trabajando distintos registros. Todo salió bastante fluido y el rodaje fue agradable.
Te diría que lo más difícil fue el día en que nos metimos a mariscar. Isra parece Jesucristo caminando sobre las aguas, pero en cuanto nos metimos los demás, nos hundimos en el barro hasta la cintura literalmente. Para avanzar diez metros tardábamos ocho minutos, no podíamos salir. Y además, el barro te chupa las bambas y sales sin –perdimos algunos pares… ¡Salimos de allí diciendo que el marisco es barato para lo que implica! Si ves el making of, creo que éramos la perfecta imagen metafórica del cine español: todo un equipo con las cámaras metidos en el barro y hundidos hasta la cintura.
Aunque la hayas dirigido, Entre dos aguas también es en parte obra de Isa Campo. Con ella ya has trabajado anteriormente, en La propera pell, y además habéis fundado una productora juntos. Pero ella, a no ser que me equivoque, no estaba implicada en La leyenda del tiempo. ¿Cómo ha sido implicarla en una historia que para ti es tan personal y lleva tantos años en marcha? ¿Cómo crees que su mirada, a lo mejor más fresca o externa, ha ayudado o contribuido al relato?
Isa no trabajaba en La leyenda del tiempo pero estaba allí. En esa época estaba estudiando Filosofía y no venía al rodaje, pero luego veía los materiales y nos comentaba qué pensaba, qué le parecían ciertas cosas, etc. O sea que ella conoce a Isra y Cheíto desde 2004. Así que no es tan externa, sino que nos complementamos de otro modo. De hecho, nos complementamos muy bien en la forma de trabajar y de pensar. Ella es más precisa que yo a la hora de trabajar arcos dramáticos y personajes o la causalidad. Ha aportado mucho, tanto en esta película como en las anteriores que hemos hecho juntos. Creo que el que tenía más distancia era Fran Araújo, el tercer guionista, que no conocía a los hermanos.
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¿Y cómo ha sido trabajar con él?
Fran y yo nos conocimos hace años y empezamos a trabajar juntos en La propera pell. Él es muy bueno ordenando el relato. Buscábamos un tipo de escritura disfrazada, que no pareciera que la película está escrita y dirigida por guionistas (que la causalidad, las tramas, los arcos dramáticos, etc. queden soterrados), y creo que Fran tiene una gran capacidad narrativa porque ha trabajado mucho en guiones clásicos. Pero a la vez tiene mirada de director de cine. Hizo una película titulada El rayo que, de algún modo, tenía el mismo estilo realista que La leyenda del tiempo, ese punto de vida improvisada. Así que esto nos ha permitido buscar y trabajar el estilo de la película.
En Entre dos aguas, la localización es un personaje más: la isla de León, la localidad de San Fernando y el barrio de La Casería tienen un peso muy importante. Según sé, uno de los motivos que te impulsó a gravar La leyenda del tiempo porque querías vivir allí y experimentarlo en tu propia piel. Y ahora has vuelto. ¿Cómo han cambiado tu percepción de la isla y las emociones que te despierta a lo largo de estos años?
Sobre todo, ha sido un proceso de estar más metidos cada vez que hemos ido. Llegamos ahí de vacaciones buscando el rastro de Camarón con una mirada parecida a la de Makiko, la chica japonesa que aparece en la primera película, como alguien externo y foráneo. Y claro, ahora conocemos mejor el sitio. El cine te permite estas cosas de forma rara, que la gente te abra la puerta de su casa para convivir con ellos. Estás trabajando, tienes algo que hacer, y convives de una forma muy interesante porque es intensa e íntima a la vez.
El tiempo es otro de los protagonistas. Por un lado, vemos su paso imparable en los hermanos, que han pasado de adolescentes despreocupados a padres de familia. Pero por el otro, se hace patente la inalterabilidad del tiempo en una zona en concreto, donde parece que cada día es igual que el anterior, las casetas resisten igual de degradadas, y la vida en general no mejora. Y hay escenas que podrían ser de hace cuarenta años, veinte o cinco, como cuando Isra marisquea. 
Sí, completamente. Este contraste entre lo que cambia y lo que permanece inalterado es algo que nos hemos ido encontrado al ir allí y ha dado pie a que hayamos hecho la película como la hemos hecho. Además de cuando Isra marisquea, hay otras escenas, o una serie de gestos y rituales, como cuando chatarrea o cuando Cheíto y los militares izan la bandera. Son imágenes intemporales, si las ves sin saber cuándo han sido filmadas, es muy difícil que lo puedas averiguar. También por eso lo rodamos con film y no en digital. Pero también me interesaba mucho ese contraste cuando, por ejemplo, aparece un móvil o suena música trapera. A veces lo que cambia se subraya cuando ves lo que no cambia.
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Has comentado en varias ocasiones que en La leyenda del tiempo dejaste plantadas algunas semillas para sembrar sus frutos luego y poder hacer una segunda película con los hermanos –la escena final, en la que Isra y Saray marcan un árbol a cuchillo con sus alturas. 
Sí, claro, cuando plantaba las semillas me imaginaba a Isra y Saray volviendo a verse cuando hubieran crecido. No pensaba que volveríamos cuando hubieran nacido las niñas.
¿Has dejado más semillas en Entre dos aguas? ¿Algo que imagines puede dar pie a una tercera parte?
No conscientemente, no. Seguro que hay cosas que servirán, pero también es cierto que cuando hay seis niñas (contando las de Isra y las de Cheíto), no hace falta que plantes mucho más.
Si la música era vital en La leyenda del tiempo, en Entre dos aguas pierde protagonismo –lo cual no quiere decir que no sea importante igualmente. Para este film has colaborado con dos grandes, Kiko Veneno y Raül Refree, ambos con una larga trayectoria profesional. ¿Por qué decides trabajar con ellos y qué crees que han aportado a la película?
Son dos músicos que admiro desde hace mucho tiempo. Kiko ha formado parte de la banda sonora toda mi vida y creo que ha sido importantísimo en la historia de la música española. Es de ese tipo de gente al que creo se les debería hacer plazas y monumentos, y el Estado tendría que pagarle una pensión de por vida. ¡Me parece un genio! Y Raül creo que está siguiendo esos mismos pasos y está haciendo un trabajo increíble con la música popular.
Les propuse participar y hemos tenido la oportunidad de trabajar de una forma muy parecida a la que hemos seguido para hacer la película. Hay una actitud compartida. Y vinieron a San Fernando. Pero por ejemplo, Kiko no conocía La Casería, lo cual es curioso porque estuvo mucho en San Fernando con Camarón, pero ellos iban a otros barrios. Al venir pudo conocer a Isra y Cheíto y, tras conocerles, pudo componer la canción tan bonita que ha escrito sobre Cheíto.
“De lo que más me enorgullezco es de dedicarme a lo que soñaba hacer cuando era adolescente.”
¿Y Raül?
En el caso de Refree, también vino al rodaje y estuvo un tiempo observando lo que hacíamos, y luego componía. También iba componiendo a medida que veía los pre-montajes, y yo escuchaba lo que me enviaba y también a veces rodaba según lo que iba a hacer él. En algún caso hasta grabamos a gente de la calle, como un niño cantaor que se llama Bolita y vive en la calle de Isra, y Refree compuso encima de eso.
De hecho, con Refree acabas de inaugurar Your Phone is a Cop, una instalación interactiva en la Fabra i Coats de Barcelona sobre vigilancia y control. ¿Puedes contarnos un poco mejor de qué va y de qué manera has participado en el proyecto?
Sí, es una instalación –nació como instalación y concepto a la vez. Pero este es un proyecto de Raül, él lo capitanea, así que giramos las tornas a cuando yo le llamo para que me ayude en la película. Esta instalación está basada en el concierto que dio el año pasado en el Sónar –de hecho, en la inauguración en la Fabra i Coats, también hicimos ese concierto. Entonces, en la instalación hay dos triples pantallas ubicadas en los dos extremos de la sala. A un lado se ven una recreación del concierto y los vídeos que hacemos nosotros, y en el otro, hay unas interfícies para que el público tenga los mismos sonidos, efectos e imágenes que Raül para que puedan hacer el concierto a su aire. Está hecha para que el espectador use los instrumentos y haga lo que quiera, que pueda jugar con esos materiales.
Hace diez años, Phaidon te incluyó en el libro Take 100: The Future of Film, en el que señalaban los directores de cine que más darían que hablar o cambiarían el modo de entender el cine al cabo de unos años. Y tenían razón: de entre los reconocimientos más recientes, la retrospectiva que te dedica la Filmoteca de Catalunya, las cuatro nominaciones a los premios Gaudí, la retrospectiva en el Centre Pompidou de París y la segunda Concha de Oro en el Festival de Cine de San Sebastián. Echando la vista atrás, ¿de qué te sientes más orgulloso a nivel profesional?
Creo que de lo que más me enorgullezco es de dedicarme a lo que soñaba hacer cuando era adolescente. Pienso que si el chico que era pudiera ver lo que hemos hecho en este tiempo estaría contento. Y de algún modo, la gente que más me gustaba cuando era un chaval ahora son mis colegas –como Víctor Nubla, Pau Riba, Emma Suárez, o Albert Pla, entre otros. Formar parte de esta familia de cuenta cuentos y de músicos ambulantes me hace mucha ilusión.
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