Que Galicia es mágica no es ningún secreto. Ni lo es su tradición mística, con cuentos y leyendas sobre meigas, curanderas, males de ojo o la Santa Compaña. ¿Pero qué esconde realmente la esquina noroeste de la península? Lorena Varela es fotógrafa, y lleva siéndolo desde los doce. Ahora, tras haber vivido en Barcelona y en Madrid y sentir esa famosa morriña de la que (casi) todos los gallegos hablan, volvió a su tierra para investigarlo. 
Pero no tengas miedo, aquí no hay historias de terror, solo un amor desbordante e inconmensurable hacia la tierra que la vio nacer y crecer que se ha convertido en Así sea, así sea, así sea, una serie fotográfica –todavía en marcha– en la que investiga el misticismo de los lugares más comunes y las personas más cotidianas. Desde rocas hasta ancianos, Lorena investiga ese aura mágica que rodea Galicia. Y ahora, además, la expone en la Maison Ruina de Vigo, en una exposición que inaugura el viernes 18 de octubre –con after party en Bahía Club Vigo incluida– y que acaba el 26 de octubre. Si eres gallego –o vives en Galicia– y entiendes de lo que habla, seguro no te la vas a perder.
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A pesar de ser muy joven, ya llevas años como fotógrafa. Y cubres de todo: desde moda hasta proyectos más íntimos y personales. ¿Qué te introdujo primero en el mundo de la fotografía y desde cuándo te dedicas a ello?
Me acuerdo que de pequeña, en mi décimo aniversario, mis padres se habían ido a dormir sin recoger todas las cosas de la fiesta del salón. Al día siguiente, vi la típica Olympus analógica, vi la mesa hecha una mierda y disparé un flashazo a todos esos restos de lo que quedaba de mi cumple. Esa fue mi primera fotografía. Me acuerdo que cuando revelaron ese carrete mis padres se preguntaban: ¿pero quién hizo este desastre de foto con el salón sin recoger? Yo, por dentro mientras, me reía y nunca dije que había sido yo. A partir de ahí, a veces cogía esa cámara para hacer fotos a la cabañita que construía cada verano con mis vecinos/amigos de la aldea, y a ellos también, claro. Cuando cumplí doce les pedí una camarita compacta, de esas primeras digitales.
¿Y qué hacías con una cámara con tan solo doce años? ¿Qué fotografiabas?
La llevaba al cole, hacía fotos a mis amigos jugando a cualquier cosa, grababa vídeos ‘graciosos’ y yo qué sé. Me lo pasaba bomba. Está claro que ahí empezó mi entusiasmo con la fotografía porque ya nunca me separé de ella. Luego vinieron la adolescencia, el instituto, y con ellos, el conocidísimo Fotolog que tanta creatividad me hizo sacar. Empecé a retocar las fotos con un programa súper raro. Era muy gracioso: cuando estaba contenta, mis fotos eran con muchísimo color y frases por en medio mazo positivas; cuando estaba triste porque algún chico pasaba de mí o no le gustaba, mis fotos eran más ‘darks’, con las típicas frases tristes.
Me acuerdo que cuando subía las fotos oscuras, al día siguiente en el instituto la gente me decía: ¿estás bien? Me hace gracia porque al final conseguía lo que quería: atención. Esos fueron mis primeros pasos con la fotografía, y la etapa más inconsciente y bonita. Luego ya me apunté a un curso de esos ‘profesionales’ donde te aconsejan que retoques las fotografías en blanco y negro y dejes un objeto/persona de color para focalizar la atención del espectador. Obviamente me acabé desapuntando y finalmente me mudé a Barcelona para ir a la universidad de artes y profundizar en la fotografía.
Actualmente, ¿qué es lo buscas en tus fotografías? ¿Qué es lo que te inspira a sacar fotos? ¿Qué te llama la atención?
Uhm… buena pregunta. No sé lo que busco exactamente, más bien diría que ellas me buscan a mí, es decir, no puedo ni sé hacer fotos de cosas que no me llenan, ¿sabes? Mis proyectos empiezan siempre preguntándome a mí misma acerca de mis necesidades, al estilo, ¿a ver, Lorena, que te remueve por dentro? ¿Qué hace que te emociones en este momento? De hecho, así empezó la serie Así sea, así sea, así sea. Estaba empezando el máster en Blank Paper y teníamos que decidir un tema, lo típico. Entonces empecé a pensar en qué pensaba cuando no pensaba en nada y estaba sola en mi habitación de Malasaña y apareció el tema: la morriña y, por ende, Galicia. Entonces decidí que haría más o menos un viaje al mes a mi tierra para poder plasmar esto en imágenes.
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Sí, en una entrevista con el músico Baiuca, también gallego, el concepto de la morriña es algo muy presente. ¿Cómo evolucionó entonces?
Al principio bien, pero el resultado no era el que quería y me fui dando cuenta que lo que realmente atrapaba mi atención de este lugar era toda esa atmósfera mágica que la rodea. Así que, como en mis proyectos anteriores, empecé a retratar a ancianitos de mi aldea, personas marginales, lugares misteriosos, casas extrañas que parecían sacadas de cuentos y el ‘feísmo’ gallego que tanto caracteriza a la arquitectura gallega. Así que, supongo, que por ahora, eso es lo que me llama la atención.
En Madrid y Barcelona también fotografío, pero no es lo mismo. Hago imágenes sueltas, y está bien, pero a mí me gusta cerrar proyectos y darles forma. Hablar de algo concreto para acabar hablando de algo más general o al revés, pero que tenga sentido. Por eso prefiero salir a hacer fotos con una idea en la cabeza o al menos acotando el perímetro y centrándome solo en una zona, por ejemplo –es que soy muy dispersa y eso me funciona.
¿O sea que volviste por esa nostalgia?
Pues como decía en la pregunta anterior, sí, volví por varios motivos: la morriña, las ganas de estar con mi familia, con mis mascotas. Mis amigos. Son muchas cosas las que dejo en Galicia cada vez que me voy, mis raíces están ahí atadas muy, muy fuertemente, y es algo que no sé explicar bien, pero lo siento muy intensamente. Es un amor por mi tierra increíble. También por mi aldea, por cada uno de sus rincones, por sus campos, por su gente, por la comida. Todo. Es un lugar perfecto y nunca dejaré de decirlo.
¿Cómo te sentiste al regresar a tu aldea y fotografiarla para Así sea, así sea, así sea? ¿Qué cosas consideras que son las más características de Galicia?
Al fotografiar la serie Así sea, así sea, así sea, que aún está en proceso, me sentí más unida a Galicia que nunca porque empecé a leer más sobre ella: leyendas, historias que me contaba mi abuela, investigué en mis recuerdos de pequeña, etc. Me recorrí muchísimas aldeas y empecé a hablar con la gente de una forma super tierna y empecé a sentir cosas. Ya pasaba de esos retratos clásicos que hacía en primero de carrera, fui un poco más allá y lo vi todo de otra forma. Surgieron así las preguntas, ¿qué hace a esta persona especial? ¿Sus ojos? ¿Sus manos? ¿Su historia? ¿Su herida? Y así fue surgiendo poco a poco todo. 
Lo más íntimo y mágico de Galicia son las leyendas que la envuelven y se manifiestan en cada una de sus historias: cuentos de meigas, trasnos, santa compaña, mal de ollo, lo misterioso. Aún hay muchas meigas que dicen quitarte las malas energías y son cosas que están presentes en nuestra cultura. De hecho, yo pensaba que eran cosas de ‘mayores’, y cuando le hablaba a mis amigas de veinticinco años del proyecto que estaba realizando y les hablaba ‘entre risas’ de las meigas y demás, me decían que ellas habían ido alguna vez y que no era para tomárselo a coña porque “haberlas haylas” –frase típica en Galicia cuando alguien empieza a despotricar de las meigas y demás personajes.
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En esta serie de fotos hablas sobre las meigas, los curandeiros, el mal de ojo y la santa compaña, propias de Galicia y su tradición mística como explicas. ¿Estuvo todo esto presente en tu infancia?
Pues sí, las meigas y curandeiras estuvieron presentes en mi infancia. Mi padre siempre creyó y sigue creyendo mucho en los poderes mágicos de estas personas. Así que, una vez al año, solíamos ir juntos a una curandeira que se llamaba Isabel. Me acuerdo que primero pasaba yo, y luego él. Era algo personalizado. Me tenía que sentar en una especie de sillón y ella se arrodillaba con un cojín al lado de mis pies. Empezaba a rezar con un crucifijo en las manos no sé cuantos padrenuestros y no sé cuántas santamarías, y luego con laurel y agua bendita me rociaba entera.
Más tarde, con una peseta de las de antes, hacía cruces en mi ombligo y repetía este mantra un montón de veces. Yo no entendía nada pero tampoco me daba mal rollo, era la típica señora de pueblo vestida con su falda y jersey del mercadillo del pueblo mazo tierna y buena persona. Además no cobraba, tú le dabas lo que considerases por limpiarte las malas energías que otros te enviaban. Supongo que cuando te imaginas a una meiga, la imagen estereotipada que tenemos en la cabeza es otra; pues Isabel no era así.
¿Qué nuevo enfoque le das ahora que has estado un tiempo fuera y además has crecido?
Cuando volví a Galicia para empezar este proyecto me empecé a hacer preguntas sobre si creía en sus poderes o no, si seguía pensando que no me daban mal rollo como cuando era pequeña o si mi pensamiento había cambiado. Y no encontraba respuestas. Un día subí al desván y encontré un objeto super extraño y acordé que mi padre me había dicho, “nunca pierdas esto, es muy importante”. Abrí el sobre antiguo en el que se encontraba esto y vi una foto mía con seis años en el hospital en la que se me veía muy chunga, y una cruz gigante de Caravaca pegada con celo encima de la imagen y un redactado con máquina de escribir por detrás que decía: “A mi Lorena Varela Vázquez, nacida el día 14 de febrero de 1994 en la Santa Iglesia Parroquial de Nantes, para que nadie nunca pueda hacerle más daño, ni vivos ni muertos, por los siglos de los siglos, AMÉN. Así sea, así sea, asía sea…”. Y de ahí el título del proyecto.
A partir de ahí, mi enfoque hacia todo este mundo místico cambió por completo. Algo conmovió mi cuerpo, dejándome con una sensación muy rara en el estómago. Sentí un escalofrío y recordé que mi padre, cuando era pequeña y estuve ingresada en el hospital durante una semana por un dolor de barriga que no me dejaba ni dormir, fue a una meiga a que le diese una solución. Llevaba una semana ingresada y los médicos no encontraban una respuesta y mis padres sufrían al verme llorar todo el rato porque me dolía mucho. Total, que fue a la meiga y le pidió que me fotografiase en el hospital, revelase la foto y se la llevase y ella me curaría. Y así fue. Mis padres dicen que después de visitar a la meiga y que ella hiciese el ‘hechizo’ (no sé cómo se define esto exactamente), milagrosamente me curé.
¡Parece increíble!
Obviamente, después de esto puedo llegar a entender que mis padres crean ciegamente en estas cosas y que me llevasen a casa de Isabel una vez al año. Por otra parte, yo no sé qué pensar. Por un lado me cuesta creerlo y pienso que pudo ser casualidad y por otro me pregunto, ¿y si tienen poderes mágicos de verdad?
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Entre las fotos encontramos pieles arrugadas y rasgadas, paisajes naturales, el mar, casas, el campo, gente de la calle; todo parece bastante cotidiano. ¿Cómo relacionas esta cotidianidad con el tema mágico que lo envuelve todo?
Porque lo que quiero es que mi proyecto pueda interpretarse como una de esas leyendas que cuentan sobre una aldea de Galicia por donde suele pasar la Santa Compaña, o sobre una iglesia en la que ocurrían cosas extrañas o sobre aquella viejita de cabello blanco que vivía en aquella roca mágica con forma de sartén y que salía a pasear en la noche de San Juan. Entonces, todos estos lugares se muestran cotidianos para mí y es ahí donde se esconde lo místico y lo misterioso de mi tierra, en su pura cotidianidad.
Esa señora que te sonríe puede ser una meiga, aquella roca puede ser mágica, en esa casa con hachas colgadas puede vivir una meiga que deshace hechizos, y las sábanas colgadas en aquel bosque de Ourense pueden ser la Santa Compaña en procesión, la mano gigante que reposa sobre la la montaña de paja puede ser la mano de un gigante que duerme dentro de aquel jarrón de vino gigante… Para mí son imágenes evocadoras y con múltiples interpretaciones, donde el espectador puede construir su propia historia a partir de pedacitos de realidad, creando personajes ficticios y fluyendo por los rincones de las aldeas.
¿Por qué crees que Galicia es mágica?
Yo creo que cualquier persona que visite Galicia va a sacar esa conclusión. De hecho, tengo muchos amigos a los que les enseñé Galicia por primera vez y siempre decían lo mismo: este lugar es especial, es único, es mágico. Y les preguntaba por qué y sus respuestas eran muy parecidas a las mías: el paisaje, la gente, la comida, la cultura… son muchas cosas. No voy a repetirme porque creo que lo he explicado con detalle, pero un ejemplo claro es el Camino de Santiago. Hay mucha gente que lo hace que no es creyente pero quiere descubrir Galicia desde dentro, profundizar en sus aldeas, en sus leyendas, en la gente de verdad, la que tiene esas peculiaridades que hacen de Galicia un lugar entrañable y que te sugiere muchas preguntas, quizás demasiadas.
Cuéntanos alguna anécdota memorable que haya pasado mientras disparabas la serie.
La verdad es que por ahora no me ha pasado nada muy destacable más allá de que un señor te pregunte por qué haces una foto a su herida en vez de a su cara o por qué hago fotos a una pared con la uralita arrancada. Pero lo que sí que puede ser anecdótico es que en las fotos en las que recreo personajes ficticios es mi santa madre la que posa, pobrecita mía. Me quiere mucho por eso. Mis amigos no suelen prestarse a estas cosas y yo siempre acabo convenciéndola, diciéndole que este proyecto llegará lejos con su ayuda –es difícil explicarle a una madre que solo haces las cosas por amor al arte, ya sabes. Ellas confían en que lo que haces, al menos, te dé de comer algún día, y supongo que es por eso que se presta a todas mis hazañas con la fotografía. Y le doy las gracias porque es una modelo con la que siempre puedo contar y además estoy segura de que tiene mucha más paciencia de la que tendrían mis amigos, así que por ahora, me va de lujo que se preste.
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