Maria Ripoll, la directora más taquillera del cine español, con once películas estrenadas, ha estado trabajando sin pausa en estos tiempos de confinamiento en la postproducción de su última película rodada en México, y a la vez prepara un nuevo rodaje para después del verano.
Maria nació el 23 de junio, entrado el solsticio de verano, cuando los días tienen más horas de luz y el momento en el que el sol alcanza su posición más alta en el cielo. Se dice que el oficio de cineasta requiere de una capacidad especial para manejar la luz y crear atmósferas emocionantes. Como el dios sol, Maria Ripoll se hace visible por ella misma, sin caer en alguna de las trampas que a menudo atrapan a algunos colegas de profesión. Su trayectoria es imparable y su capacidad de trabajo e inventiva la sitúan como una cineasta de referencia que consigue el más difícil todavía: llenar las salas de cine y batir records en Netflix, con un dominio de la comedia y el drama por igual.
¿Cómo te ves de pequeña?
Realmente solo tenemos imágenes de nosotros mismos a través de fotos –fotos en blanco y negro de la boda de mis padres exultantes de juventud y belleza. Luego empezamos a aparecer cuatro ojos con caras de despistados y con cierto parecido a The Munsters. Superar a los padres en esta familia ha sido imposible. En esas fotos siempre aparece una niña haciendo bromas, muecas y sonriendo. Esa era yo.
¿Qué recuerdos guardas?
Recuerdo mucho mar, olas, veranos, juegos y risas. Y el Seat 1500 lleno de niños que conducía mi madre para llevarnos a mis hermanos y algunos amigos a cualquier aventura inventada por ella. Los recuerdos son imágenes vividas, pero también son leyendas y anécdotas familiares mil veces contadas, que se combinan en la mente de una manera confusa e imprecisa. Cuando recuerdo algo, mis hermanos dicen que eso no ocurrió jamás y que me lo he inventado.
¿Puedes compartir uno en especial?
Pertenezco a una familia numerosa, soy la mediana de cinco hermanos. Cuando nací dijeron, ¡otra niña! Compadecían a mi padre. No pertenecí al bando de las dos hermanas mayores ni al bando de mis dos hermanos pequeños. Supongo que de allí saqué mi fuerza negociadora, mi capacidad de adaptación y mi dualidad constante. En casa no sabían muy bien qué hacer conmigo. Afortunadamente, vivíamos justo enfrente de un cine, así que mi madre nos mandaba allí día sí, día también.
Desde muy pequeña me fascinaron los cuentos, las fábulas, las mentiras, los juegos, las historias y todas las formas de ficción. Fue en ese cine de barrio, sentada en un alza para niños, cuando empecé a descubrir que mi pasión era la ficción y que quería hacer realidad vidas inventadas, contárselas a la gente, embelesarla y provocar emociones. Las mismas emociones que esas películas me hacían sentir a mí.
¿Hay alguien que confiara en ti y que de alguna manera haya influido en tu vida?
La verdad es que no. Nadie confiaba mucho en mí, ni yo misma. Sí he tenido referentes y gente que me ha inspirado a lo largo de mi carrera, pero en los inicios estaba sola. Lo tuve muy claro desde los 14 años, y aún recuerdo la risa de mi padre cuando le dije que quería ser directora de cine. Él era químico y le costaba entender que eso fuera una profesión, pero esa risa y todos los noes que recibí me han servido de motor para seguir adelante en mi lucha vital para dirigir películas. Ahora que lo pienso, ellos estuvieron siempre allí, respaldando mis decisiones, con disimulo y sin mucho entusiasmo. Fue mi padre quien siempre envió cartas de cariño y apoyo cuando estaba lejos, y mi madre quien siempre me dio alas para volar y sentirme libre.
Eres ex alumna de la escuela Thalita, una escuela con una visión de la pedagogía que nada tenía que ver con la escuela nacional del tardofranquismo. ¿Estarías de acuerdo en que nos educaron para vivir en un país que en realidad no existía?
Era una educación basada en la confianza a los niños. Nos dejaban hacer, crear, rebelarnos, jugar, luchar por lo nuestro. Pero una escuela catalana y moderna en el más retrógrado post-franquismo, de alguna manera, era algo muy utópico y avanzado en el tiempo, e hizo que nos sintiéramos especiales, y quizá al final no lo fuimos tanto.
Empezaste muy joven como ayudante de dirección de Bigas Luna, además de Villaronga y Bellmunt. ¿Qué quieres compartir con el lector sobre tu experiencia con el primero?
Bigas Luna conocía a la perfección el arte de vivir. Era generoso, observador, seductor, creador, buen gourmand, inteligente, bromista y con un don de gentes impresionante. Recuerdo que tenía detalles para cada miembro del equipo. A su lado sentías que importaba lo que hacías. Pero Bigas, además de saber el arte de vivir, supo irse como nadie. Es difícil morir y hacerlo bien. Él estaba enfermo y casi nadie lo sabía. Recuerdo una cena muy agradable con varios directores conocidos, y el abrazo de Bigas al despedirse ese día fue un poco más largo y sentido, sin drama, solo un poco más largo… No sabía que no lo iba a ver más.
Los tres son directores con una línea autoral que no siempre ha dado buenos resultados en taquilla. Para ti, en cambio, es importante llenar las salas de cine y hacer pasar un buen rato al público. ¿Cómo has conseguido mantener una coherencia personal en tus películas y a la vez llegar al gran público?
Este ha sido el gran reto de toda mi trayectoria; contar historias que emocionen y hacer películas que hagan sentir, reír y llorar es mi meta. Además, a mí nunca me interesó hacer cine para unos cuantos. Como cineasta siempre he tenido la necesidad de llenar las salas. Como dijo Hitchcock: “Para mí, el cine son cuatrocientas butacas que llenar.” Así que cuando me llega un guion de un productor o desde un estudio, y asumo el proyecto, durante dos años trabajo con el escritor para acercarme y hacer más mía la historia para poderlo contar desde mi punto de vista sin renunciar del todo a mí misma. Pero a la vez sé que es un material que tiene que interesar al público.
Con mi última película hemos tenido una experiencia increíble. Vivir dos veces entusiasma al público, y a través de Netflix, hemos sido una de las películas más vistas, con mejores críticas y comentarios en varios países del mundo. Hacer comedias o películas para el gran público no da prestigio dentro de la propia industria, aunque dirigir comedia es mucho más difícil que hacer drama. Con Vivir dos veces seguimos recibiendo muchos premios del público, que son los que más sentido tienen para mí.
Supongo que la experiencia de estudiar cine en la Universidad de California fue determinante para entender bien la industria cinematográfica en un momento en el que en España no había escuelas de cine. ¿Qué o quién te ayudó a decidirte?
Me impulsaron la curiosidad, las ganas de aprender, la búsqueda constante y esa valentía mezclada con algo de inconsciencia que de alguna manera me acompaña a tomar decisiones importantes y que me caracteriza. Así que seguí los pasos de Eva Lesmes, que había conocido en un rodaje de Bigas Luna; ella fue a estudiar al AFI en Los Angeles.
Pedí una beca a la Generalitat y me fui ahí a estudiar dirección de actores y guion en la UCLA con la idea de hacer la aplicación al AFI. Eva Lesmes y Javier Grancero ahora son los fundadores y mentores de una de las escuelas más prestigiosas de interpretación, Central de Cine, y después de tanto tiempo aún seguimos colaborando y creciendo juntas. Todos los años imparto cursos para actores y directores en su escuela.
Fuiste la canguro de los hijos de Danny DeVito. ¿Cómo encaja una ex alumna de Thalita en Beverly Hills?
Fui a Estados Unidos con la beca para la UCLA y no te niego que fue duro al principio. Todo era muy grande y muy caro, y mi beca no alcanzaba, pero quería quedarme allí porque seguía empeñada en estudiar en el prestigioso AFI. En esos días alguien me dijo que había un puesto vacante con Danny DeVito. ¿Mi primer trabajo en el cine en Los Angeles sería con una estrella consagrada? ¿Sería verdad lo del sueño americano? La cita era en su casa con él y la actriz Rhea Perlman, su mujer, pero por lo poco que entendía, no parecía que fuéramos a hacer ninguna película juntos. Iban diciendo algo que sonaba a ‘cleaning something’, ‘babysitter’, Malibú –mi inglés todavía era bastante macarrónico. Al cabo de un rato caí en la cuenta de que no se trataba de un trabajo en su productora; me estaban ofreciendo un puesto de canguro en su casa de Malibú. Algún fin de semana organizaban fiestas y yo iba de refuerzo para ayudar en la cocina y para cuidar a los niños. Así que mientras cortaba zanahorias, veía pasar a Bruce Willis, Melanie Griffith, James L. Brooks, productores, directores y guionistas de la aristocracia de Hollywood. Nunca he sido mitómana, aunque ¡menos mal!, porque a un mitómano allí le hubiera dado un ataque al corazón del shock.
DeVito y Almodóvar te recomendaron en tu aplicación para el American Film Institute. ¿Qué expectativas tenías en aquel momento?
Por fin llegó el día en que me dirían si podía entrar en el AFI. Estaba entre los cincuenta primeros pero había un total de veinte plazas para directores, y tan solo cinco eran para extranjeros. ¿Nueve meses haciendo malabares para sobrevivir y ahora resultaba que no iba a entrar? Al día siguiente me fui a mi trabajo de limpiadora, y mientras fregaba y planchaba se me ocurrió escribir una carta para Danny y Rhea. Les conté que su canguro en realidad quería ser directora, lo que había luchado para entrar en el AFI, y les pregunté si podían escribir una carta de recomendación. Dejé la nota en su mesilla de noche sin muchas esperanzas de recibir respuesta, la verdad. Pero nadie podría decirme que no lo había intentado.
Al poco tiempo me llamó un amigo español, de los pocos que tenía en la ciudad, y me dijo que Pedro Almodóvar venía a LA a presentar su nueva peli y que si quería acompañarle a la rueda de prensa. Fuimos y, ¿cuál fue mi sorpresa? Pedro me saludaba. Solo nos habíamos visto una vez y cinco minutos a través del director Agustí Villaronga. Pedro, buen director y con buena memoria, me preguntó qué estaba haciendo allí. Yo le conté mi drama: nueve meses luchando para entrar en la escuela y todo el tiempo perdido. Sin esperarlo, me dijo, ¿te serviría que escribiera una carta de recomendación? ¡Coño! ¡Pedro Almodóvar! Fui a la escuela con su carta en la mano, y para mi sorpresa me preguntaron, Do you know Danny DeVito? Me quedé de piedra. DeVito les había llamado para dar la cara por mí. En este caso, la realidad superó la ficción.
Me llama la atención que terminados los cursos regresaras a España. ¿Qué pasó?
Me quedé un tiempo más, pero fueron casi cuatro años y pasó de todo: los disturbios de Rodney King –como ahora en Minnesota–, que fueron aterradores. Estados Unidos es un país disfrazado de primer mundo con una olla a presión de desigualdad social e injusticia descomunal. Presencié la avenida de las estrellas y el glamour en llamas. Lo siguiente que también viví fue el terremoto que partió sus autopistas principales, los fuegos de Malibú… Pero yo seguía en mi empeño de quedarme porque la posibilidad de que el sueño se cumpla, engancha.
Finalmente dirigí Kill Me Later, un corto que ganó premios en varios festivales internacionales. Fue entonces cuando me llamaron desde Barcelona para dirigir el piloto de una serie, Nova ficció, para TV3, y me vine pero con la idea de regresar a LA en cuanto pudiera. Pero la tierra tira, la familia, el Mediterráneo… ¡Es muy duro estar lejos de casa!
Además, Juan Gordon, a quien había conocido en LA cuando él estudiaba allí, me propuso hacer mi primera película. Al principio no me lo creía, era también su primera película y la íbamos a rodar en Londres. Mi instinto ha sido siempre decir sí y confiar en la gente que te nutre y con la que aprendes, y para allá nos fuimos a rodar Lluvia en los zapatos con Lena Headey, Marc Strong y Penélope Cruz –¡ahora todos famosísimos! A Lena la escogí en el primer casting, que era también su primer casting. Nos entendimos y lo vi clarísimo. Siempre digo que fui yo quien descubrió a la mala malísima de Juego de tronos (risas).
Después de Lluvia en los zapatos volviste a Hollywood para rodar un exitazo que todavía se recuerda: Tortilla Soup. La primera fue una coproducción, y la segunda, una producción americana con Raquel Welch. ¿Tu mirada como directora encajaba mejor en ese momento con proyectos internacionales? Explícamelo.
Creo que mi cine se encuentra entre Hollywood y Europa, en una isla en medio del Océano Atlántico. Con contenidos europeos y tecnicismos de producción, distribución y, sobre todo, marketing de Estados Unidos. He rodado en varios lugares del mundo: Londres, Los Angeles, Bombay, Ámsterdam, Hong Kong, Valencia y ahora en México. Cada película es una tesis y exploro a través de la ficción la cultura de cada país para construir puentes desde mi perspectiva mediterránea.
Con mi segunda peli fue Samuel Goldwing, hijo del jefe del estudio MGM, quien me llamó después de ver Lluvia en los zapatos. Yo que había sido una ‘student starving’, ahora tenía mi propio despacho de directora en una productora en Sunset Bulevard. ¿Finalmente mi sueño se había cumplido? Pues sí y no. Aunque la película tiene el récord de DVDs más vendidos en Estados Unidos –aunque yo no vi ni un dólar–, también fue una experiencia dura. Prefiero la manera de hacer y el calor humano de los equipos y productores españoles.
“Desde muy pequeña me fascinaron los cuentos, las fábulas, las mentiras, los juegos, las historias y todas las formas de ficción. Fue en ese cine de barrio, sentada en un alza para niños, cuando empecé a descubrir que mi pasión era la ficción.”
¿Eres disciplinada?
Una buena preparación significa un buen rodaje. El cine es un trabajo absolutamente de equipo, pero hay un trabajo previo y muy solitario de exploración profunda del material para elaborar su narrativa y cómo lo quieres contar. Me hago todas las preguntas posibles, exploro al máximo los hechos del guion, cuestiono a los personajes, lo dudo todo, para enfrentarme a la esencia de la historia. Analizar el texto y hallar el subtexto para descubrir los secretos de los personajes y llegar a conocerlos como la palma de mi mano. Sin este proceso, no se llega a lo más profundo. La dualidad, las preguntas y la duda me sirven para crear el mundo inventado que propone la historia.
Luego viene la colaboración con el productor y las directoras de casting para encontrar a los actores transmisores del guion. La decisión del casting es la más importante en todo el proceso de dirigir una película. Los directores no somos nadie sin los actores. Más tarde, o quizá a la vez, empiezo a decidir el cómo va a ser contada: el look, los planos, el director de fotografía, el de arte, y comienzo a colaborar con el equipo.
¿Cómo preparas un nuevo proyecto?
Para mí hay tres factores imprescindibles para dirigir una película. Primero es tener una historia digna de ser contada, luego unos buenos actores y el tercero es la música –con ella puedes hacer un viaje emocional junto a los otros. La preparación es incluso más dura que el rodaje. Allí respondes a trece mil preguntas al día de tus colaboradores y actores. Estás creando una vida, y en una vida hay muchos matices, y es ese detalle o esa pronunciación, ese gesto del actor, lo que hace que una ficción se convierta en verdad. Una vez empieza el rodaje, tienes que no encarcelarte con las decisiones tomadas previamente y dejar, o más bien provocar, que surja la magia.
¿Conoces la autocensura o prefieres dialogar con el productor u otros guionistas?
Me gusta esta profesión precisamente para consensuar ideas, para crear una sintonía creativa donde dos más dos hagan cinco.
Son muy reconocidos tus cursos de dirección de actores. ¿Qué esperas de un actor y qué le exiges?
A un actor le exijo que disfrute actuando y, sobre todo, que sea generoso. Solo dando y escuchando puedes estar en la verdad. Imparto clases de interpretación y también de dirección de actores para directores en ECAM, Central de Cine, SGAE… Un director debe estar siempre en búsqueda de nuevas técnicas, de nuevos procesos para llegar a comprender al actor. Por esto es tan importante llegar a sentir lo que el propio actor siente. Por eso en mis clases los directores también actúan.
¿Eres exigente juzgando tu trabajo?
¡Demasiado! Tanto, que nunca veo mis pelis después del último día de mezclas de sonido. La noche del estreno salgo de la sala discretamente y vuelvo antes de que acabe. No puedo. Solo veo las cosas que podía haber hecho mejor. Soy demasiado exigente. El día que acabe cien por cien feliz con el resultado de una peli, ese día dejaré de dirigir.
Dedicarte al cine te permite vivir con un pie en la realidad y otro en la ficción. ¿Qué encuentras en la no-realidad y qué rechazas de la realidad?
La realidad, mi realidad, mi vida, me gusta mucho; aunque últimamente me pase más tiempo viviendo en la ficción y la echo de menos. Siempre he querido una vida normal, tener un horario, una rutina, estar en casa, ver a mi gente, pasar rato en las sobremesas charlando y riendo, hablar con el vecino, leer más… ¡Todo eso que nos ha dado el confinamiento! Sin tanto viaje, sin tanto rodaje, sin tanto metraje. ¡Ya llevo once películas! Pero por culpa de esta pasión-obsesión-profesión nunca he podido crear una rutina. Crear un mundo aparte desde cero es apasionante. Yo me enamoro de los personajes de mis pelis, son mis amantes, son mi familia, y cada vez que se acaba un proyecto, sufro de desamor. Pero como dice Cassavetes: “La vida solo se trata de amor y desamor”.
“Creo que mi cine se encuentra entre Hollywood y Europa, en una isla en medio del Océano Atlántico.”
Junto a Elisenda Roca escribiste el libro de relatos Dos mujeres desnudas, que retrata a veintisiete mujeres bien distintas. ¿Cómo fue la experiencia de escribir con tu amiga y vecina?
Cuando me llamó Rosa Moya de Random House para que escribiera un libro de relatos después de ver mi filmografía y de leer una columna en La Vanguardia que titulé La revolución será feminista o no será, no entendí demasiado su propuesta. Yo no soy escritora y además soy disléxica, pero otra vez dije que sí. Si la vida te ofrece esta oportunidad, es que debo ponerme a escribir, pero nunca sola. Llamé a mi compi Elisenda Roca, nos unimos y, a cuatro manos, nos abrimos en canal. El resultado es Dues dones nues/Dos mujeres desnudas.
Las protagonistas son mujeres que miran a otras mujeres y mujeres que son miradas. Unos relatos son de Elisenda y otros míos. Proponemos al lector un juego de adivinanza de quién es quién y cuál es de quién, y así dejamos al descubierto muchas de las cosas que nos unen como mujeres y otras que convierten cada experiencia en única e irrepetible. Nunca lo hubiera podido hacer sin mi queridísima partner, Elisenda.
Actualmente estás liada con la postproducción de tu última película. ¿Qué puedes contar de ella?
Me contrataron Sony Pictures International para rodar una comedia para México y el público latino en Estados Unidos, y no puedo contar mucho más. Todo el equipo, productores y actores son mexicanos. Joan Vives, mi ayudante y yo, somos los únicos de aquí. Rodar en México ha sido realismo mágico puro. Fascinante. Quiero a México y creo que México me quiere a mí. Ahora estamos acabando el montaje y trabajando en la música. Además, también estoy con el casting de mi próxima película, Nosotros no nos mataremos con pistolas, adaptación de la obra de teatro de Víctor Sánchez, que esperamos rodar en Valencia en otoño.
Cada uno tenemos una voz interior. ¿La escuchas? 
Soy dual, y es por eso que no tengo voz interior, sino que escucho dos. Una es la insegura, miedosa y oscura, y la intento cada día iluminar con mi otra voz, con más luz, optimista y bastante valiente.
¿Cómo era tu madre?
Ufff, no me hagas llorar. ¡Ella sí que era luz!
¿Has aprendido a vivir?
Estoy en ello. La vida, como las películas, te enseña que cada día hay algo nuevo que aprender, que cada vez que empiezas un nuevo proyecto es como si fuera la primera vez.