Nacido en Huesca y de padres gambianos, la pregunta de “¿Y tú de dónde eres?” es algo con lo que siempre va a tener que convivir Moha Gerehou. Y es que parece que ser negro en España implica que eres extranjero. Tras una videollamada con el conocido periodista, escritor, conferencista y experto en divulgación antirracista conversamos acerca de su libro Qué hace un negro como tú en un sitio como este, donde a través de sus episodios de racismo señala los problemas estructurales existentes en España. “Si realmente queremos construir una sociedad antirracista, pasa por hacerlo mirándonos a los ojos y en igualdad de condiciones”, nos dice. Lo que queda claro es que seguimos sin preguntarnos lo realmente importante: ¿qué está haciendo la sociedad blanca para acabar con el racismo?
Antes que nada, darte la enhorabuena por un libro tan importante, tan honesto y tan bien explicado. ¿De dónde nace la necesidad de escribir Qué hace un negro como tú en un sitio como este?
Gracias. Por un lado, nace de una necesidad personal de sacar un montón de historias y vivencias que ya compartía en persona (cuando tomaba algo o cuando salía), de compartirlas y que lleguen a más gente y sanar algunas heridas. Una cosa que me ha ayudado es compartir estas historias y que al otro lado hubiera gente que las entendiera, que las escuchara o que me diera soluciones. Esta era la parte un poco más egoísta. Por otro lado, había una parte más social. Sentía que esa labor que a mí me había costado podía servir para que otras personas que se hicieran las mismas preguntas, o que pasaran por unas experiencias iguales o parecidas, pudieran encontrar una forma de hacerles frente. Por una especie de responsabilidad social.
En el libro hablas de que detrás de la pregunta de “¿y tú de dónde eres?” se esconde un, “¿por qué eres negro?”, ya que siempre que respondes que eres de Huesca, no se quedan satisfechos hasta que dices que tus padres son de Gambia. A día de hoy, ¿sigues contestando hasta que entienden de dónde viene tu color de piel? ¿O cómo manejas esta situación?
(Risas). Esta pregunta voy a responderla hasta el día que me muera. Eso va a ser así, lo tengo muy asumido. Está muy anclada a esta idea de que España siempre ha sido blanca, una idea que es una ficción. A poco que buceamos en la historia nos damos cuenta de que no es así, que lo español no es solo apellidarse Rodríguez o Pérez. A poco que repasemos todo lo que tiene que ver con la conquista de América, con la población gitana, con la presencia musulmana, con territorios que han sido colonizados como Guinea Ecuatorial y el hecho de que África esté a catorce kilómetros, todo eso nos da la perspectiva de que España nunca ha sido solamente blanca y nunca lo va a ser.
Por otra parte, en España hay un estereotipo de qué es ser español. En este caso, se asocia ser español a lo blanco, y como yo no entro dentro de este estereotipo automáticamente soy extranjero. Soy de todas partes excepto de España, y mucho menos de Huesca. Convivo con ello. Creo que la pregunta por sí misma está bien. El problema siempre viene cuando se cuestiona, porque esa segunda pregunta viene de un “no te creo”, de un “dime la verdad”. Ahí es donde tenemos que poner ese límite. A veces parece que es una pregunta prohibida, al estilo de cuando en Estados Unidos se dice la n word, y, sin embargo, pienso que es una pregunta sana y correcta, siempre y cuando no venga con ese cuestionamiento.
El síndrome del eterno extranjero es un concepto que se repite a lo largo del libro. En pocas palabras, tu vida se basaba en “África en casa y Europa en la calle”, como tú mismo dices, pero a la vez no sentías que formabas parte al cien por cien en ninguna de las dos facetas. Cuéntanos un poco más sobre esta constante dualidad y este debate interno.
Este es un tema interesante porque nos pone en un espejo de lo que es la sociedad y de lo que la sociedad espera de nosotros. Mucho de este debate interno viene por un racismo estructural. Hablando muy en general, cuando alguien tiene ascendencia española y francesa, o española y portuguesa, estos dilemas son mucho menores. Hay una parte que tiene que ver con que quizás culturalmente no haya tanta distancia, pero en el fondo viene de una especie de ranking que hacemos entre las diferentes culturas, entre los diferentes países. Y habitualmente en ese ranking todo lo que tiene que ver con lo europeo está siempre arriba, y todo lo africano, latinoamericano o asiático está en la parte de abajo.
Lo que yo he sentido es que mucha de esa dualidad viene de que lo bueno era que yo aceptara y me abalanzara sobre esa identidad española y que rechazara la identidad gambiana, y más en general la africana. Cuando en algún contexto respondía por lo español era como algo positivo, de la idea de “ah, vale, está integrado”, en cambio, cuando abrazas lo africano se preguntan por qué, hay un cuestionamiento ahí. Sobrevuela la idea de que no nos queremos integrar, y no es así. Descubres que esas identidades forman parte de ti en el cien por cien, que es muy probable que no encajen en la idea estereotípica de lo que es gambiano o español, pero que es una identidad que fluye, que cambia y se adapta a las circunstancias. Es un proceso de autoconocimiento y autoaceptación, algo que desde que somos pequeños se debería poner en el centro.
Me ha parecido muy interesante esto que dices del ranking entre países o culturas, porque por ejemplo mi padre es de Perú y mi madre de Suiza, y siempre ven mi lado suizo como la parte rica, la mejor, y la peruana, bueno… pues la que me da el lado exótico (risas). Aunque ahora Latinoamérica esté poniéndose de moda por el reggaeton.
Sí, justo. ¡Entonces lo conoces muy bien!
Con relación a esto, dices que cuando eras más pequeño te avergonzaban algunas costumbres culturales que seguías en casa como comer toda la familia del mismo bol de arroz con las manos. La paradoja, como tú dices, es que estos platos que tú tratabas de ocultar de tus amigos luego se servían en los restaurantes de Madrid a los que ibas con ellos. ¿Fue esto un empujón para pasar del rechazo a la apreciación?
Sí, sin lugar a dudas. Para mí la comida al principio pertenecía a un ámbito muy privado. No me gustaba socializar con la comida en el sentido de invitar a mis amigos blancos a que vinieran a casa, por toda esa vergüenza que tenía. Entonces, de repente pasé a otro contexto muy diferente en el que esa comida era un evento social más, y en el que, de hecho, se me colocaba con una particularidad que se veía bien. En estos sitios de repente yo era el experto, a la gente le parecía interesante y podía explicar de dónde venían esos platos. Ahí mi percepción cambió, y eso me hizo también pensar sobre cómo estaba viendo esa comida, cómo la estaba sintiendo desde que era pequeño y cómo ha ido evolucionando.
Es una cosa bastante curiosa y bastante injusta, de cómo una cuestión cultural –además la comida tiene esa cuestión de compartir tan profundo–, de repente tiene esa imagen que se le asocia a una forma de comer más salvaje, más arcaica o primitiva haga que no lo puedas disfrutar en plenitud. Me da mucha pena.
Sí, pasa un poco con todo… Hasta que no lo hacen los blancos no mola o no está de moda.
Sí, exactamente.
Y tengo que preguntarte, ¿por qué crees que es así? Cuestiones culturales en las que antes ni se fijaban y más bien criticaban, a la que lo llevan o lo hacen los blancos es lo mejor.
Tiene un proceso que se repite constantemente. Lo primero es que todo lo que venga hecho por personas racializadas se ve con desprecio, desde una superioridad, como algo exótico o como algo sucio. Si nos centramos en el caso de la música, vemos que el rap en los inicios estaba muy estigmatizado por la población blanca. El reggaeton sigue estando estigmatizado, aunque tal vez menos, básicamente porque lo hacían personas negras y latinoamericanas, no había otro motivo. Y detrás de esa mirada, desde la superioridad existía el racismo. Luego, siempre acaba pasando lo mismo.
Cuando aparecen alicientes habitualmente económicos es cuando la sociedad blanca trata de darle una vuelta al significado. Me acuerdo que hace unos años era muy habitual que cuando las personas blancas hacían reggaeton lo llamaban trap o lo llamaban reggaeton feminista, para no ser asociados a ‘esa cosa’ que hacen los latinos y que es machista y tiene mil connotaciones negativas. Ahora ya está normalizado, pero siempre hubo esa distancia.
En España está el ejemplo del flamenco, que cuando lo hacen los gitanos se considera música folclórica, pero cuando toca sacar pecho internacionalmente se dice que el flamenco es lo mejor. En fin, la hipocresía (risas). Ese proceso de señalar o de aceptar elementos sociales y culturales solo cuando pasan por las manos de los blancos es una dinámica que está muy anclada a nuestra sociedad. Ahora mismo estoy expectante a cuál será el siguiente movimiento cultural que será cooptado por lo blanco, vaciado de contenido y vaciado de reivindicación, utilizado para sacar beneficio económico y, por supuesto, borrando de la historia a las personas racializadas que lo iniciaron. Por eso es tan importante tener memoria y recordar qué comunidades iniciaron una cuestión cultural y el por qué, saber cuál es el origen.
En el capítulo “Lo que (des)conocemos de África”, dices: “El problema con los estereotipos no es que sean falsos, sino que solo cuentan una parte de la realidad”. Cuando tu padre te ofreció ir de viaje a Gambia rechazaste su propuesta. Habías construido tu imagen de África como un todo igual según lo que veías en películas y anuncios. Tus padres trataron de combatir esta falsa idea y los prejuicios que ya tenías. ¿Por qué crees que se muestra siempre esta parte poco representativa de todo un continente?
Este es uno de los grandes puzles que tenemos que encajar en nuestra sociedad, y la pieza central en todo eso es el colonialismo y todas sus consecuencias. A partir de allí es cuando se acelera todo ese proceso en el cual el continente africano se ve como un todo igual, como un lugar a repartir, como un lugar de recursos que extraer, como un lugar de personas a las que explotar. Y todo eso se hizo no solo a través de lo económico, también de lo cultural. Se escribieron libros que a través de la ‘ciencia’ aseguraban que los africanos tenían menos capacidades intelectuales o que estaban destinados a ser animales a los que esclavizar. Hubo una serie de dispositivos a lo largo y ancho de la sociedad que permitieron crear esa imagen, y todavía lo seguimos arrastrando.
Por ejemplo, los documentales muestran siempre una parte de la realidad, a la que hay que ayudar, la de la extrema pobreza. Esa frase lo resume muy bien, no es negar que exista una pobreza, no es negar que haya la típica imagen de niños con la tripa hinchada y moscas, no es negar su existencia, sino mostrar la fotografía completa. El racismo no nos muestra la fotografía completa de nuestra sociedad. Hace que constantemente veamos solo una parte de nuestra sociedad, que la veamos como con un ojo tapado, y eso es lo que estamos cambiando.
“El racismo no nos muestra la fotografía completa de nuestra sociedad. Hace que constantemente veamos solo una parte de nuestra sociedad, que la veamos como con un ojo tapado, y eso es lo que estamos cambiando.”
Me parece muy importante lo que comentas acerca de la segregación educativa en la que se encuentran sometidos muchos hijos de inmigrantes. Mientras que otros niños llegan a casa y sus padres les ayudan con sus deberes de Lengua o Conocimiento del Medio, hay otros padres que no saben hablar bien el español o que simplemente no recibieron educación sobre estas asignaturas. A esto, se le suma los problemas económicos que impiden que se puedan permitir clases de repaso. ¿Cómo viviste esta desigualdad educativa que muchas veces pasa por desapercibida?
Me remito a un caso en concreto. Tenía un amigo que su madre era profesora y su padre ingeniero. Yo notaba que alguna vez hablando te decían que sus padres les habían ayudado a resolver ese ejercicio que nos habían mandado de deberes. Mi padre no sabe ni leer ni escribir y mi madre apenas y, claro, no era un ejercicio que yo pudiera hacer. También observaba a los compañeros que igual iban mal en matemáticas y sus padres les apuntaban en una academia por las tardes. Ellos lo veían como algo negativo, pero mirándolo en perspectiva te das cuenta de que cualquier persona puede ir mal en una asignatura, pero yo no tenía esa opción. Te das cuenta de cómo los componentes económicos influyen a la hora de tu desarrollo educativo y que, sin duda, el racismo hace que en esa carrera educativa que tiene muchos obstáculos tú tengas muchos más que el resto.
Por eso, como sociedad tenemos que entender la estructura de esto y buscar cómo corregirlo, teniendo en cuenta estas variables que tienen que ver con la migración y con lo económico. Cómo garantizar que estemos en igualdad de condiciones a la hora de estudiar. Hay que hacer propuestas que vayan en esa dirección porque si no vamos a crear una sociedad segregada por condición racial.
Sí, y creo que esto se ve mucho más en los hermanos mayores, que son quienes tienen que adoptar este rol de ayuda externa casi por obligación.
Sí, el tema de los hermanos mayores lo vivo y pienso: madre mía la que nos ha caído (risas).
El libro también es una manera de exponer problemas de racismo de los que no se habla tanto, como el hecho de que las personas que saben un mínimo de francés, italiano o alemán no dudan en añadirlo en su currículum, mientras que otros como tú escondían un idioma materno como el soninké. ¿Es porque nos han educado a pensar que los idiomas africanos no son igual de útiles?
Desde el momento en el que hablamos de los idiomas africanos como dialectos, como lenguas de tribus, como algo absolutamente exótico o alejado… Desde ese momento ya está perdida la batalla, porque ahí ya asumimos que hay unas lenguas que son de primera y otras que son de segunda. Ni siquiera hay que irse muy lejos, en España mismo esto lo vemos reflejado. Evidentemente en otro nivel y con otra historia, pero existe esa especie de escala en las lenguas.
En el caso de los idiomas africanos, que no pertenecen a ningún ámbito de la esfera internacional, no existe esa predominancia como la que hay del español, del inglés o del francés en encuentros internacionales. Eso va en detrimento. A mí me autoengañaba. Te sientes engañado en el momento en el que tú dominas un idioma y no importa. Tienes muy asociado el dominio de un idioma a lo profesional y como lo profesional es saber inglés, principalmente, ya no te sirve todo lo que está fuera. Hay otras lenguas que te pueden ir sirviendo para otros momentos, como el alemán o el italiano, pero una lengua africana directamente ni se considera. Creo que parte de esa revolución que se necesita empieza por reivindicar los idiomas africanos.
A eso iba, ¿por qué crees que es importante que las personas se sumen a añadir estos idiomas en su currículum?
Porque amplía la realidad de lo que es el mundo. Además, las mismas lecturas que se hacen de una persona que pueda saber español, portugués y francés, que se sobreentiende que es una persona que tiene facilidad para aprender otros idiomas, que se puede desenvolver en determinados contextos internacionales, se pueden hacer de una persona que sepa soninké, hausa y suajili. Nos ayuda a ampliar la mirada. De la otra manera, damos a entender que esta persona se va a desenvolver, pero siempre en el contexto europeo. Ni siquiera tenemos en cuenta que a la hora de hacer negocios esa dominancia internacional se pueda trasladar a África. Por esa revolución cultural, reivindicar los idiomas es una parte básica y fundamental.
Hemos pasado de hablar de integración a hablar de inclusión. ¿Qué significa este cambio? ¿Y por qué este término aún no te acaba de convencer?
Sigo teniendo dudas y reflexiones sobre esto. Durante mucho tiempo la integración ha funcionado como motor de las organizaciones sociales, especialmente este tercer sector que se dedica a la migración, y creo que siempre ha pasado de un modo u otro, por un lado, por lo folclórico, en el sentido de que se plantea como “vamos a ver qué se hace en tu país, qué se come, cómo se visten” y es como: señora, he nacido en Huesca, no he nacido en Gambia a pesar de que mis padres sí. Entonces, la idea de la integración nos ha reducido a lo folclórico y, por otro lado, ha situado que el ideal de integración es cuando tú dejas atrás esa otra cultura y abrazas completamente el estereotipo de la cultura de ese país. Además, es el estereotipo, como si tú de repente llegas a España y los domingos comes paella, los sábados por la tarde te vas a ver los toros y en tu Spotify se ven listas de flamenco. Y todo esto es mentira, porque ¿cuánta gente tiene ese estilo de vida?
Luego, hemos ido pasando a la inclusión y a mí lo único que me echa un poco para atrás es que sigo pensando que mantiene unas dinámicas de poder, como que tú te tienes que incluir en lo que yo tengo. Si queremos hacer un cambio fuerte en nuestra sociedad tenemos que construir de igual a igual, de tú a tú y mirarnos a los ojos. Yo no estoy dispuesto a que se me hable, se me mire o se construya una sociedad sin que se me mire a los ojos y desde una posición en la que me están dominando. Yo no quiero ni voy a pasar por eso, porque eso es de lo que venimos y donde estamos. Si realmente queremos construir una sociedad antirracista, pasa por hacerlo mirándonos a los ojos y en igualdad de condiciones.
Al final del libro hablas de los peligros que supone la mala aplicación de la interseccionalidad, como por ejemplo el hecho de incluir a personas racializadas en un proyecto solo para aparentar, sin realmente tener interés por incluir otras perspectivas. Si bien es cierto que cada vez se ven a más personas racializadas en campañas, ¿estamos ante un auge de la falsa diversidad?
Ese es uno de los grandes riesgos y es un tema con el que tengo constantemente muchos conflictos. Mira, hace poco que la revista Vanity Fair España hizo un ranking de los once españoles jóvenes que apuestan por un mundo mejor y yo estaba allí, y la primera reflexión que tuve fue: me han metido aquí por negro. Veía que de repente estaba Ibai Llanos o Marta Ortega (la heredera de Inditex) y dije, qué hago yo aquí. Es un riesgo porque ya hemos pasado por allí.
También, me acuerdo una vez que por Facebook me escribieron para algo relacionado con unas jornadas de música africana y yo pensaba: ¿desde cuándo yo soy experto de música africana? Si me dices para hablar de reggaeton aún (risas). Te das cuenta de que en realidad han debido decir: hemos hecho una mesa, no hay negros y han buscado en Internet “negros conocidos en España”. Eso está muy presente. Darles la vuelta a estas situaciones es complicado y tenemos que andar siempre con pies de plomo para no ser instrumentalizados, especialmente por las grandes empresas u organizaciones que consideran que la diversidad racial es una cuestión cosmética y no una cuestión de justicia. Es algo mucho más profundo y tenemos que estar muy atentos a esos usos que no nos favorecen.
Estoy cien por cien de acuerdo, y es algo con lo que yo a veces también tengo dudas… Si bien expones que “el silencio solo beneficia al racismo”, ¿hasta qué punto las personas racializadas tenemos la obligación de señalar, contestar o educar a los demás?
Este es el gran tema. Por un lado, el hecho de que nosotros vivamos las consecuencias de ese racismo nos pone casi en la obligación de tener que señalar ese racismo que nos está oprimiendo. Parece que ese papel no nos lo podemos quitar de encima. La cuestión está en la población blanca, ¿qué está haciendo la población blanca para acabar con el racismo? Esa es la gran pregunta que se tiene que hacer la sociedad.
Hay un punto en el que con este libro siento que dejo atrás la parte en la que yo hablo como víctima del racismo. Ya he expuesto los episodios racistas que he pasado a lo largo de mi vida, las consecuencias que han tenido para mí y cómo he reflexionado sobre ello. Ya lo he dicho en millones de entrevistas, pero el cambio de la conversación parte por ahí. Primero, de colocarnos como sujetos que estamos haciendo una lucha contra este sistema que nos oprime; y segundo, en poner el foco en qué están haciendo las organizaciones, empresas y la sociedad blanca para acabar con ese racismo. Creo que el cambio de foco va a ir próximamente en esa dirección, de decir cuál es la responsabilidad de esta empresa, este canal de televisión o este partido político sobre el racismo en España. Empezar a trabajar desde allí y no tanto en esa narrativa de víctimas, que si bien es verdad nos ayuda a conectar y a entender, las consecuencias muy pocas veces acaban en el otro lado, en señalar el racismo.
Por último, ¿tienes algún otro proyecto en mente? ¿Te gustaría escribir otro libro?
Sí, sin duda este año quiero seguir haciendo cosas. Estoy pensando en qué voy a escribir, no lo tengo todavía claro, pero sé que voy a seguir escribiendo. Me gusta mucho la idea de apuntar hacia el otro lado, no tanto a las víctimas sino a los verdugos de ese racismo. Quiero ver cómo puedo bajar esta idea a tierra. Y luego, todos los años me gusta hacer algo nuevo y diferente. Ahora estoy colaborando en radio, que era algo que no había hecho antes, y me interesa mucho el mundo documental y el mundo de los monólogos, que ya hice uno en su día. También la idea de hacer encuentros culturales relacionados con los libros. Las ideas están allí y supongo que, poco a poco, en la medida que pueda, iré sacándolas adelante.