En la calle Amaniel de Madrid, el comercio tradicional y los locales con solera son parte del encanto de la vida del barrio, algo alterado estéticamente al llegar al número 20, donde nos encontramos con una extraña composición floral Eduardo Manos Tijeras que preside el escaparte de lo que a primera vista parece un laboratorio, un pasaje extraterrestre o un escenario de ciencia ficción. Se trata de Orquídea Drácula
Nos abre la puerta su creador, Felipe, con una pequeña mancha verde flúor en la cara de lo que se adivina como pintura de spray o grafiti. Viste un delantal salpicado, de profesor o de científico apasionado por los descubrimientos que realiza en su pequeño laboratorio diseñado ad-hoc para darle vida a sus creaciones. Una atmósfera que él mismo define como cuqui e inquietante: mobiliario de mármol y metacrilato con una iluminación que consigue crear sombras y mucho movimiento, así como una disposición abierta a luz natural capaz de proyectar distintos colores.

Felipe sabe cómo dar valor a su producto y así lo ubica para potenciarlo y romper con lo convencional, como las plantas que abandonan sus macetas para vestir el techo a modo de satélites, las ensaladas de ambrosía, las bases enganchadas a la pared que evocan la cornamenta de un animal e incluso en el packaging, con unas cajitas en forma de ataúd que envía desde el corazón del distrito de Conde Duque a toda España: “Va en este soporte hexagonal, que es como una maletita, con un vaso de plástico y una esponja para que vaya bebiendo agua todo el día. Como el repartidor ve el plástico y lo que hay dentro, tiene mucho cuidado. Nunca he tenido ningún problema”.

Si a uno le aplicaran el test de Rorschach saldría de aquí bastante preocupado, ya que no dejamos de ver Aliens, Chukys y princesas Leia por todas partes. “Ahora, por ejemplo, estoy haciendo coronas funerarias para vivos. Me da coraje que la gente se gaste ese dineral en un centro que se va a destruir. De repente le quieres regalar una corona a tu novio basada en Star Wars; yo te la hago divina, súper espacial y asequible y, en vez de verla como algo fúnebre, lo ves como una ventana a otro mundo en medio de tu salón que te va a durar siempre”.

Orquídea Drácula desmonta cualquier tipo de cliché floral: ¿por qué regalar solo cuando estás enfermo y no regalar porque sí? Felipe nos cuenta que eso no se hacía y era aburrido: “Como San Valentín, que me parecía un rollo. Lo que hice fue buscar una pareja muy intensa como Drácula y Mina e hice un Anthurium (anturio) de color azul que luego pinté de rojo y en un corazón cortando metí una rosa blanca. Los dos personajes bebían de una probeta con témpera roja y la rosa se iba poniendo roja poco a poco. Simbolizaba cómo Mina sucumbía a Drácula. Me apetecía algo diferente y romper con lo tradicional, pero siempre con una base elegante y con sentido. Puede ser una locura pero está hecho sobre una pieza de porcelana maravillosa. Si todo fuese locura me quedaría en nada. La fórmula es esa”.
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Felipe, ¿cómo surgió Orquídea Drácula?
Trabajaba en el mundo de la moda y no quería volver. La moda te mastica y te escupe muy rápido. Tienes que cumplir unos tiempos brutales y me agobiaba. A mí me gusta disfrutar de mi trabajo y no disfrutaba con la moda. Estuve cinco años en el último periodo, pero siempre trabajé en ese sector. Es cierto que no hay una edad para decir ‘hasta aquí, ya no puedo cambiar de profesión’; uno puede cambiar cuando quiera. En un principio lo iba a llamar taller, pero me dije, ¿cómo lo voy a llamar taller si yo no soy florista? Me parecía como demasiado. Y pensé, ¿y si lo llamo laboratorio? Porque en realidad voy a experimentar, voy a probar cómo funciona ese producto. Entonces me empecé a formar en las mejores floristerías de Madrid.
¿Siempre te había gustado ese mundo?
Siempre, sí. Hacía ramos en mi casa pero es verdad que había una carencia, y esto fue parte del business: si voy a comprar a una floristería tradicional y nunca sé qué comprar, ¿no le pasará a más gente de mi generación? Y entonces empecé a pensar en mi identidad y todo lo demás. Veía que había mucha floristería tradicional que siempre te vendía lo mismo –esa floristería atrapada en el romanticismo en la que todo tiene que ser súper bonito.
¿Algo cursi?
Sí. Yo creo que ya aburre.  Están muy bien las peonías pero mi filosofía es que el cliente se sienta totalmente identificado con el ramo que recibe.
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¿Qué te cuentan los clientes cuando vienen a por un ramo?
Imagínate que quieres regalarle un ramo a una amiga. Pues yo quiero una lluvia de ideas de tu amiga. Me lo intento llevar a una imagen y de esa imagen trato de disponer toda una gama cromática, texturas, etc. Por ejemplo, si hago un ramo de Star Wars, una peonía no pega. Tiene que ser algo como extraterrestre, negro, brillos, robot, luces. Sobre todo me gusta romper contextos. He tenido madres que han comprado ramos a sus hijos. Novias que compran a sus novios. El mundo boda también, de gente que quiere algo diferente, huir de lo boho-chic. Es como cuando yo vendía ropa y alguien me pedía consejo. Para eso tendré que conocer al cliente, qué rollo tiene, etc. Lo mismo con el ramo.
Una vez que tienes la idea, ¿cómo la desarrollas?
Ahora los viveros funcionan online, por lo que puedes hacer búsquedas por color –aunque eso fue en un principio, cuando no pintaba; ahora las pinto. La flor cortada está muerta. Si tú la pintas dura cinco veces más. No necesita agua y no se pudre. El ramo va evolucionando, realmente estoy vendiendo decoración, es como una escultura que luego se va modificando. Lo fundamental es  alargar la belleza de la flor y hacerla todavía más amplia. Todo nace de la experimentación. Muchas veces, de un error me salen cosas muy guays. He intentado trabajar con la flor preservada, que la encuentro súper cara, siempre lo mismo: rosita, pequeñita, etc. Pero me gustan cosas concretas.
Eduardo Manos Tijeras, Alien, Star Wars, etc. ¿Por qué tiras tanto de referencias cinematográficas de los 80 y 90?
Porque es comercial. Puedo reinterpretar lo que me pidas. Tengo clientes que me mandan un bolso y tengo que reinterpretarlo con flores. Te puedo interpretar a ti si quiero, pero comercial y visualmente es más atractivo que haga un Alien o un Terminator 2 –lo que no quiere decir que me quede ahí. Lo que sí es cierto es que a mi generación le parece más interesante eso. Pero de repente tengo clientes que le quieren regalar un ramo a su madre y lo hacemos rollo Rocío Jurado.
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Siempre lo llevas a tu terreno.
A mi cliente le gusta porque realmente está perdido. Al final tiras a lo de siempre. Por ejemplo, si viene una clienta y me dice, quiero un ramo de rosas blancas, yo se lo puedo hacer. Pero le pregunto, ¿tú realmente eres de rosas blancas? ¿Lo has investigado? (risas). “No, pero como siempre regalo flores blancas…” No critico las normas pero me aburren. Me parece muy bien que otras floristerías las sigan y se basen en la escuela alemana de no sé cuando; genial, porque a mí eso no me interesa.
¿De dónde viene el nombre?
Orquídea Drácula existe. Muchos amigos me decían que iba a asustar, que era gótico y oscuro, pero yo pienso que es al contrario. Es como si dices que Tim Burton da miedo. ¡Pero si es de corazón rosa pastel! Solo que por fuera es otra cosa. Sobre todo fue por la película de La pequeña tienda de los horrores y su plantita carnívora. Me gusta pensar que la Orquídea Drácula está un poco detrás de todo eso.
¿Te has formado de alguna manera especial?
No he estudiado botánica y en un principio me lo pensé mucho. ¿Cuál es la diferencia con un florista? Me he formado igual pero no estoy haciendo lo que hace él. Con la experiencia sabes cómo cuidar un tipo de planta. Siempre he tenido plantas –selvas en mi casa, mi abuela me enseñó. Como las mías son todas tropicales, todas se cuidan más o menos igual. También me gusta que mis clientes vean las pruebas. Además, quiero que me cuenten cómo están sus plantas. No corto ese cordón con ellos, me gusta que me manden fotos. Tengo un hospital de plantas donde he recuperado algunas que me han traído en muy mal estado. A las plantas hay que saber escucharlas. Ellas mismas te dan las directrices de lo que les pasa.
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¿Por qué trabajas con las tropicales?
Me gustan las tropicales, las que tienen flor pero en invierno no se caen. Como en España no hay esta cultura, compro todas mis plantas en Holanda, que es la meca de las flores y las plantas y encuentras cosas que aquí no. Como la mayoría de floristerías son iguales, la mayoría de viveros tiene el mismo producto. Y eso a mí me limitaba. Sin embargo, la flor cortada sí que me gusta comprarla aquí porque me llega al día siguiente.
¿Qué estás haciendo ahora?
Estoy trabajando con una nueva técnica de encerado: primero encero la orquídea, luego la pinto y finalmente la esmalto. Y seguimos con la misma dinámica, que es preservar la flor y su belleza el máximo tiempo posible. Se trata de experimentar todo el tiempo. Me puedo equivocar pero como estoy experimentando, no pasa nada. El hecho de haberlo llamado laboratorio significa que no me pongo un techo.
Pareces el tipo de persona que llevaría la creatividad a cualquier ámbito que se proponga: antes retail, ahora flores. ¿Hacia dónde irías?
Sé que no me voy a quedar aquí. Me encanta el mundo de las flores pero he descubierto, por ejemplo, que se me da bien lo de ser comunicador. Me dicen que soy muy natural, no es un papel –[Lo dice por el último anuncio de Mahou en el que acaba de participar]. Me comporto de esta forma porque es como soy: me gusta el perro salchicha, la ciencia ficción, visto como me da la gana, me encanta Forrest Gump y su look, los Playmobil. Al final estamos aquí para disfrutar. ¡Cuánta gente hay que odia su trabajo! También he sufrido por eso, porque montar un nuevo negocio es difícil, hay mucho trabajo detrás. Pero funciona y creo que a la gente le gusta.
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