“Hace tiempo que me entiendo como un vehículo” es quizás la idea que más veces ha repetido Paula en nuestra larga y fascinante conversación. Hace muchos años que sigo a esta polifacética artista. Adoro su capacidad de seducir a todo aquel que observa su obra, la sensibilidad con la que trata el dolor y el amor, la pena que se convierte en rabia y la rabia que, con el tiempo, acaba mutando en fortaleza y poder. Aun así, me esfuerzo para convencerme de que ella no importa, ella es solo un vehículo, y este vehículo trae consigo creaciones magnificas, como La anguila.
Como bien dice Paula Bonet, La anguila son dos anguilas, una novela publicada por Anagrama y una exposición ubicada en el Centre Cultural La Nau, Valencia. “Y tú ves la exposición y no sabes que existe una novela y lees la novela y no sabes que existe una exposición.” Pero para la autora ha sido necesario trabajar al mismo tiempo estas dos materializaciones del proyecto, que es carne, que está vivo, que palpita y que se escurre. Paula escribe sobre Paula, una estudiante de Bellas Artes que huye a Chile en un gesto (in)voluntario de salvación y que acaba convirtiéndose en un gesto (in)voluntario de sanación. Escondidas entre los episodios vitales de la protagonista, nos topamos con las cartas de Juanita y Alfonso, los amados abuelos de la propia artista, que funcionan como un faro que decide dónde quiere iluminar. La anguila es una reconciliación con la experiencia, un libro de recetas para amantes de las bellas artes, una carta de amor a una abuela, una denuncia a un sistema que protege al agresor, una reivindicación hacia la belleza de lo repugnante, una mecedora de diminutos cuerpos sin vida, y todo lo que tú, como lector, decidas ver en ella.

Aunque sea una novela de ficción, hay verdad, hay experiencia, y por lo tanto, hay dolor. Pero es un dolor de sanación y de posterior serenidad. Un escozor producido por la desculpabilización y la revelación de que los cuerpos de las mujeres son usados como campos de batallas de guerras que no les corresponden.
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Enhorabuena por tu primera novela, ¿te provoca la misma sensación publicar un libro ilustrado como La sed o Por el olvido que una novela, como La anguila?
Son dos formatos muy diferentes. La anguila es un lugar de inflexión porque es la primera vez que publico una historia únicamente con palabras. Es una historia que se narra con palabras, pero está llena de imágenes y llena de pintura. No solo de imágenes vinculadas a lo convencional cuando hablamos de imagen, sino también al hecho que, de las páginas, resbale la pintura. Para mí era importante respetar la literatura, que estuviera narrado con palabras, pero a su vez, que fuera un libro muy físico. Que por un lado fuera carne como una anguila, un trozo de carne que está vivo, que palpita, que quieres cogerlo y se escurre y por otro lado fuera también lino, aguarrás, óleo, barniz. Que, de alguna manera, fuera un libro de recetas para cualquier amante de las bellas artes.
Llevas muchos años consolidada como una de las artistas más importantes del panorama cultural, ¿cómo es estar en el ojo público con un arte tan personal e íntimo?
Yo no soy consciente de este enunciado, y de hecho creo que es el lugar más sano desde donde trabajar. Si estás trabajando pendiente de lo que vaya a opinar un crítico, una persona que sigue tu trabajo, un familiar que te quiere o un familiar que te detesta, no tienes libertad, no estás en el lugar en el que tienes que estar para crear. Además, por más autobiografía que haya en una obra, que siempre la hay –incluso en una obra de ficción hay autobiografía– hay muchos mecanismos, incluso inconscientes, que una como autora usa para protegerse. Uso la autobiografía, pero no soy una suicida.
Tu obra ha recorrido múltiples estilos, pero quizás, el cambio más ‘brusco’ fue cuando pasaste de retratar rostros femeninos y dulces, con ojos grandes y sonrojados, a una continua denuncia, oscuridad, trazados ásperos y con muchísima fuerza. ¿Cómo decides pasar del rojo de las mejillas ruborizadas al rojo de la sangre, de la carne? ¿Fue algo premeditado, una decisión consciente, o fue el propio proceso artístico el que te llevó ahí?
Me encanta que hables del rojo porque, antes de esas mujeres ruborizadas hubo años, años y años en los que solo pintaba en rojo. Esas imágenes de envoltorio preciosista de las que estás hablando fueron unas imágenes que hice en un momento muy concreto y breve. Pero creo que las cosas han sucedido como tenían que suceder. Gracias a ello ahora tengo un gran altavoz, pero hay otras partes con las que no estoy tan cómoda, y que intento ir puliendo y colocándolas en un lugar más sano para mí. Pero lo veo como una evolución natural, de una mujer autora en un contexto que, en muy poco tiempo, ha cambiado mucho. De hecho la gente que me conoce, mis compañeros de la facultad, mis amigos de siempre se sorprendieron igual que yo cuando hice esos dibujos y tuvieron esa repercusión porque, en parte, estaban muy alejados de lo que había hecho hasta el momento. 
¿Por qué?
Eran una manera de buscar la inmediatez, de comunicar un mensaje que el propio envoltorio se comió. Yo creo que el diálogo que debería haber habido entre forma y contenido ahí se rompió totalmente, porque en ese único libro que publiqué con esos dibujos preciosistas –Qué hacer cuando en la pantalla aparece The End, Lunwerg, 2014– ya están las agresiones, ya está la denuncia, pero están explicadas desde un lugar de mucha protección, de mucho miedo, por eso está disfrazado. Sé que si lo releyera vería que el sujeto, el que denuncia, está protegiendo a los agresores, está entendiéndoles, está formando parte de ese contexto que permitía que eso sucediera porque era lo normal, era lo que se normalizaba.
Al final, el hecho de defenderlos, de justificarlos y querer entenderlos no deja de ser un mecanismo de autodefensa, de autoprotección. Preferir blanquear estos hechos a ver lo que realmente son y tener que enfrentarse a ello.
Hay momentos en los que es imposible incluso hacer esa asociación de ideas que tu acabas de hacer, porque estás dentro. No hay perspectiva. No puedes tomar la decisión de no querer nombrarlo para protegerte, lo haces inconscientemente.
Cambiando de tema ¿qué encontraste en Chile que te ató a la ciudad y te liberó al mismo tiempo?
Encontré un refugio en Chile y me encontré a mí misma. Es un lugar que me resulta muy difícil de definir porque hay mucho de intuición y mucho de abstracción en mi relación con el país y con las personas que tengo ahí. Tuve la suerte de llegar hasta el Taller 99, de encontrarme con personas buenas, personas que vivían como pintaban, como grababan, personas que vivían ese proceso de creación en comunidad. Pero Chile no es solamente el Taller 99. Chile es la literatura, el realismo mágico en el suelo, es también ese despertar en el feminismo. El único referente femenino que tenía en Chile era Gabriela Mistral, la cual los chilenos y chilenas detestaban por su orientación sexual, por su físico… ¡A una Premio Novel! ¡Tienes una Premio Novel patria y la estás detestando por su orientación sexual! Es muy doloroso y es un gran retrato de lo que somos los seres humanos, ¿no?
Fue a partir de Gabriela Mistral que encontraste más referentes femeninos, ¿verdad?
Claro, con la figura de Gabriela Mistral abrí los ojos, porque era una mujer maravillosa, talentosa, sensible, que luchaba. No creo que usase su arte como una finalidad en sí misma, sino que su vida y su arte iban de la mano. Uno de los libros más bonitos escritos sobre la maternidad es un libro que he leído de Gabriela Mistral, y ella no fue madre, y escribió un libro sobre maternidad únicamente observando a las madres, a los cuerpos de las mujeres, desde ese lugar de desecho. Era una mujer con un ojo crítico afiladísimo. Entonces, a partir de esa figura de Gabriela Mistral me intereso por otras mujeres chilenas, y encuentro a María Luisa Bombal, Teresa Wilms Montt, Diamela Eltit, o Lina Meruane.
¿Qué es para ti pintar, escribir e ilustrar? ¿Qué lugar ocupa cada una de estas disciplinas artísticas en tu vida?
Pintar es lo que soy consciente que hago desde muy temprana edad, y más consciente desde los 14 años. Tuve la suerte de conocer a Pepe Biot, que fue un pintor valenciano que se afincó en mi pueblo y abrió un taller de pintura. Yo iba ahí porque mi madre sabía que me gustaba pintar, pero lo entendía como una manera de pasar el tiempo. Entonces Pepe, desde su lugar más matérico, me hizo entender que pintar no era una manera de pasar el tiempo –lo que luego también sentí en Chile–, era una manera de enfrentarse a una misma y enfrentarse a una misma es enfrentarse a un contexto y es enfrentarse a algo mucho más grande, porque una misma al final se diluye y desaparece.
Pepe me hizo ver que, en esa mirada, en esa observación de la realidad para después trasladarla a un lienzo, había una reflexión que no existía en los otros ámbitos de mi vida. Por lo que desde muy pequeña vinculé la pintura con la mirada y con la reflexión. La pintura está en el lugar central de mi vida.
¿Y la literatura?
La literatura también es base, pero he sido mucho más prudente que con la pintura. También porque mis habilidades con la pintura se desarrollaron muy pronto y con la literatura he tardado más porque he necesitado ser muy lectora antes de atreverme a publicar cualquier texto.
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Y nos queda la ilustración…
La ilustración es lo que me permite pintar y escribir. Porque es muy difícil vivir de pintar y es muy difícil vivir de escribir y, al final, la ilustración se puede trabajar y asociar desde muchos ámbitos, y ahora mismo tengo la suerte de poder elegir los ámbitos. A través de la ilustración también me vínculo con lo literario, casi toda la ilustración que hago es en el mundo editorial. Entonces, no es lo que más me apasiona pero lo uso como vehículo para llegar a lo que más me apasiona. Por ejemplo, trabajar con Joan Didion es algo increíble o con Rosa Montero, o poder acércame al personaje de Bolaño a través de la ilustración. Es un vehículo, no ocupa un lugar central en mi vida. Si pudiera vivir de la pintura, no ilustraría. No es a lo que más tiempo le dedico, y no es en lo que me he formado. Hay muchos ilustradores mucho mejores que yo, y por respeto a ellos y a ellas creo que tengo que colocarme en un lugar humilde en la ilustración
Como has dicho en varias ocasiones el libro trata, sobre todo la primera parte, sobre el cuerpo de las mujeres como campo de batalla de guerras que no le corresponden…
Es que es eso, es que desde pequeñas, sobre todo en la juventud, somos siempre el objeto que se mira, el objeto que se usa para vender otros objetos. El paso del tiempo en nosotras se denuncia con una inmediatez abrumadora, hay grabados de Goya que ya denuncian esto. Sin embargo, el paso del tiempo en los hombres les da un aura de sabiduría y de belleza, es un atractivo sublime. Nosotras cuando dejamos de ser jóvenes se nos aparta.
Luego las agresiones, agresiones en el lenguaje, agresiones en el mundo laboral, agresiones en las relaciones de pareja heterosexuales. Solo por el hecho de cómo se nos ha vendido que tenemos que relacionarnos con los hombres, aunque no haya agresiones físicas, el lugar que inmediatamente ocupa una mujer cuando se empareja. O si hablamos de medicina, cómo nosotras somos también la alteridad. ¡Hasta hace nada no se estudiaban nuestros cuerpos!
No sé si a ti te pasa, pero a veces tengo la sensación de que, como feministas, tenemos la responsabilidad de educar en cierta manera o corregir actitudes y discursos de quienes nos rodean, que tenemos que estar en constante alerta para no caer en las comodidades del patriarcado. ¿No te agota estar en constante lucha? Quizás no tanto públicamente, sino de los círculos más cercanos, comidas familiares en las que todos los comentarios te chirrían y puedes o callar o crear un conflicto, ¿sabes a que me refiero?
Yo soy partidaria de crear el conflicto, pero también estoy contigo en que ese conflicto agota. La respuesta creo que es: las mujeres nos estamos revisando cada día, todo el rato, y es agotador también y muy doloroso. Porque además identificarlo en una misma todavía es más agresivo. Con lo que, lo primero es que ellos también se revisen, que no tengamos que estar nosotras alerta para explicarles cómo tienen que revisarse. Ellos son los que tienen que dar ese paso en la revisión. ¿Es agotador? Sí.
Personalmente, en mis círculos más íntimos suelo hacerlo siempre, pero hay días que tampoco me apetece, entonces tengo otros mecanismos, pero sí, es agotador, y sí, no podemos dejar de hacerlo.
Aunque no podamos diferenciar la realidad de la ficción, en tu libro narras un cara a cara con la experiencia. La anguila es una conciliación con una misma, como si te hubieses vaciado en las páginas de este libro y eso te hubiera dado más poder que nunca.
El poder te lo da la información. Llegas a cierto poder a través de la revelación, y tanto la revelación como la información no aparecen de la nada. Hay un gran trabajo detrás antes de que esto se produzca, e incluso el momento de la revelación también es doloroso. Yo creo que la fortaleza más que el poder, la acabamos manifestando y sintiendo, nos adueñamos de ella, cuando también nos hemos enfrentado a nosotras. Cuando entendemos quiénes somos, cómo somos y por qué somos eso. Y cuando dejamos de culparnos –que ese es otro problema de este sistema patriarcal– por acciones de otros, por responsabilizarnos de hechos que son muy difíciles de romper porque son los que están instaurados. No es que sienta la fortaleza después de publicar La anguila, es que siento la fortaleza y por eso la publico. Sí, he estado 2 años y unos meses escribiendo la novela, pero la novela lleva mucho tiempo escribiéndose porque aquello que quería explicar tenía que madurar. Y yo tenía que enfrentarme a todo ese dolor, enfrentarme a todos mis complejos, a todos mis conflictos, a todas las paradojas que habito, a toda esa culpa con la que cargamos habitualmente las mujeres y no es nuestra. Para escribir una novela como esta lo primero que tienes que hacer es ordenar y enfrentarte a todo esto, en este orden. El enfrentamiento primordial es con una misma, y eso es muy difícil. Pero eso es lo que nos salva al final, eso es lo que nos da esa fortaleza.
Tras tantos años contando historias en un lienzo, ¿por qué decides ahora hacerlo por escrito?
Antes de las mujeres sonrojadas, en mis pinturas –te estoy hablando de cuando tenía 21-23 años– ya quería poner palabras. Me acuerdo que era muy incoherente: ¿es una pintura? ¿Es un lienzo? ¿En qué lugar cabe aquí la tipografía? Por eso me fui al papel y por eso empecé a hacer libros ilustrados, porque necesitaba esa convivencia de palabra y de imagen.
Pero tampoco es el lugar en el que he podido resolver lo que quería resolver, con lo que finalmente, he vuelto al origen pero con toda la experiencia del camino. La experiencia de lo transitado. Volviendo al origen, puedo volver a pintar sin usar la palabra y puedo usar la palabra desde el lugar en que se usa la palabra, que es la literatura. También he podido escribir porque he seguido pintando, y he pintado mejor porque he escrito.
De hecho, La anguila es pintura y es literatura ¿no?
La anguila son dos anguilas, es una exposición y es una novela. Y tú ves la exposición y no sabes que existe una novela, y lees la novela y no sabes que existe una exposición. Pero es evidente que el hecho de haber podido trabajar los dos proyectos a la vez se han ido alimentado el una del otro. Hay también una especie de paradoja: necesitaba separar las dos disciplinas, pero he necesitado a la una para que la otra se configure; y al revés.
Más allá del propio título, ¿por qué la anguila y no otro animal? ¿Qué es para ti?
¡Por muchos motivos, muchos, y a medida que hago entrevistas encuentro más! El primero, que fuera carne, que palpita, que quieres atrapar y se escurre. Inmediatamente piensas en algo resbaladizo y alargado. También por lo misterioso del animal, durante siglos no se sabía si era un reptil, si era un pez… Grandes señores estuvieron intentando averiguar qué animal era, cómo se reproducía, y no resolvieron nada. En tercer lugar, por la larga travesía que tiene que realizar la anguila para poder vivir, y por la larga travesía que realiza para volver a morir al lugar en que nació, por lo tanto, otro de los motivos, por la vinculación de la maternidad y la muerte. También por las mutaciones, porque en ese largo recorrido tiene que ir adaptándose a las situaciones del entorno. Otro motivo –esto me interesa mucho– por la belleza. Por cómo este sistema actual que habitamos está reduciendo la belleza, cada vez con más velocidad, a un envoltorio. Un envoltorio vinculado a un tipo muy concreto de belleza, nos estamos olvidando de qué es la belleza. La anguila es un animal bello, pero al mismo tiempo es un animal repugnante, el hecho de que esté tanto tiempo debajo del barro, lo sinuoso de su movimiento, lo asqueroso del bicho, hay mucha belleza en la anguila, la mires por donde la mires. Y por último, por el vínculo con mi tierra, convivimos con la anguila desde muy pequeñas y la tenemos en ese lugar asqueroso, no la vinculamos ni con la belleza, ni con el buen sabor. A medida que creces y te acercas al animal ves esa belleza, ves ese buen sabor, una serie de elementos que a mí me parecen interesantes y que me servían perfectamente para hablar de este viaje, de este tránsito, que es La anguila. Porque es una parte del viaje, el libro, quiero decir.
En el capítulo de La pintura contrapones la muerte de Alfonso, tu abuelo, con el aborto espontáneo de las mosqueteras, “carne sin piel que no respiraba” ¿Qué te lleva a esa asociación? ¿La perdida, la herencia, el dolor, el amor?
Yo lo entiendo todo como una sola cosa. A nivel personal, decido quedarme embarazada cuando se muere mi abuelo porque, en un impulso, en algo muy difícil de nombrar, siento que así mi abuelo sigue. Mi abuelo era la única persona de mi familia que tenía ese espacio propio, esa habitación propia. Esa habitación propia no era solamente un lugar físico sino que era un lugar espiritual, un lugar que yo, siendo muy pequeña, no acababa de entender pero veía. Y que una persona que, como tantos y como tantas, haya vivido situaciones tan desagradables y dolorosas, encuentre en ese espacio abstracto tanto alivio, es muy bello. Me lleva directamente, otra vez, a la vida y la muerte, a los afectos, al amor, y sobre todo al arte, a esa revelación.
¿Qué hay de común en ello?
Es que son muchas cosas. El fragmento del que estás hablando también tiene una gran parte visual: la mancha blanca, la pintura blanca cayendo y estampándose sobre un coche blanco, y yo de pequeña pensar, bueno como es blanco sobre blanco no se va a enterar nadie. Y luego, claro, el blanco sobre blanco… no es blanco (risas). Visualmente lo vi muy claro, ¿no? Esta ecografía con las tres manchitas blancas moviéndose, y vincular ese movimiento al del transductor vaginal, ese utensilio que se usa para las ecografías transvaginales, como lo mueven cuando buscan, y yo miraba la pantalla y era como una cuna, entonces me parecía muy hermoso pensar están acunando a tres muertas.
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Dices que La anguila es, en parte, una carta de amor a tu abuelo pero que, a raíz de los fragmentos de correspondencia, acaba siendo Juanita, tu abuela.
¡Eso me encanta! Y eso es la belleza y lo misterioso del arte. Tú como autora dices: voy a contar esto de esta manera, y luego empiezas a contarlo y hay unas fuerzas que no puedes controlar que te van dirigiendo hacia un lugar o hacia otro. Que una carta de amor a un hombre, en un libro feminista, acabe mutando, como la anguila, y que acabe transformándose en una carta de amor a una mujer. Y que de algún modo yo he hecho las paces con los últimos años de mi abuela. Porque yo también me separé mucho de ella, cuando es una de las personas más importantes de mi vida.
¿Cómo decides incluir fragmentos de cartas en capítulos tan duros? Como las páginas que hablas de la relación de la protagonista con su maltratador, Sinnombre, ¿qué pretendes provocar con esta composición?
¡Es que escribir es como pintar! En los talleres que hacemos aquí en la Madriguera, hay veces que estamos pintando un retrato y le digo a la alumna que faltan luces, que hay una parte que necesita más luz, y entonces ves a la alumna luchando con las luces, y lo más probable es que tenga que oscurecer el fondo. Que tenga que trabajar las sombras para que esta luz salga. La luz no es poner más blanco, la luz es entender el cuadro en su totalidad. Y las cartas de mis abuelos, en muchas ocasiones, me sirven para eso, para acentuar una luz o para acentuar una oscuridad. A veces son brochazos, a veces son veladuras, a veces son un fundido, pero es que es lo mismo, escribir es como pintar, y en esas cartas, que además van mutando también, la belleza está, pero va mutando, y a veces hay agresión, a veces hay incomodidad, a veces hay una dulzura extrema, y a veces no hay respuesta. Al principio fue muy difícil de estructurar, pero una vez entré en la estructura, había momentos en que parecía que el libro se escribía solo. Y eso es lo que sucede también cuando pintas, cuando entras y fluyes.
Aunque no sea una autobiografía sino una novela de ficción con rasgos biográficos, has decidido que la protagonista se llame Paula, ¿por qué?
Al principio se llamaba Daniela y estaba escrito en tercera persona, pero me parecía raro. Necesitaba identificarme con la protagonista, no puedo ocultar que es autobiográfico. Me di cuenta de que eso era esconderme, y si me escondía tanto no iba a poder dar lo que quería comunicar. Y es que yo no importo; hace tiempo que me entiendo como un vehículo, tengo la suerte de disfrutar ese vehículo, pero no soy lo importante.
Y ¿cómo ha sido para tu entorno verse reflejado en tu obra?
A mi amiga Lidia, por ejemplo, tuve que pedirle permiso pero le gustó mucho que contará con ella. Ella sí que hizo algunas de estas cosas pero no las hizo todas, muchas me las he inventado. El lector convencional la va a ver como un personaje, pero para ella misma, o mi para madre leyendo a Lidia, no va a ser lo mismo. Supongo que es inevitable cuando eres alguien que ha inspirado a un personaje, que además tiene tu nombre, buscarte en ese personaje. Pero es importante para mí que después de esa primera lectura, en que quizás se busca, puedan leer la obra como lo que es, una novela.
Pero quizás el hecho de poner los nombres reales complica más el poder delimitar…
Sí, pero eso son reflexiones posteriores. No es lo que ha condicionado la escritura de la novela. ¿Sabes las obras de arte que nos hubiéramos perdido si las autoras o los autores se tuvieran muy en cuenta? Y además, la obra trasciende, la obra no es el autor, la obra no es la autora. Hay una parte de la voz que no es la propia, que es parte de la herencia con la que convivimos.
¿Sientes que crear este proyecto, escribir estas palabras, te ha liberado de alguna forma?
No escribirlas sino saber que iba a existir el proyecto, saber que podía escribirlas. Esa revelación. Porque luego en la escritura ha habido mucho placer y mucho dolor por lo mismo, por el hecho de poderte dejar llevar por la obra. Pero la revelación, el momento de entender esa fortaleza, llega cuando sé que soy capaz de escribir este libro.
¿Necesitabas reconciliarte con tu historia o raíz de hacerlo has escrito La anguila?
Necesitaba reconciliarme con mi historia.
¿Tienes pensado seguir escribiendo novela o ha sido algo excepcional?
Tengo pensado seguir escribiendo novela, sí. Siento que La anguila es como el inicio. Hay muchos temas que todavía se pueden desarrollar más, y lo que más me interesa es desarrollarlos desde un lugar de ficción.
¿Te sientes más libre escribiendo en ficción?
Mmm, sí. Porque ahora me cuesta separar la ficción de la autobiografía en la novela, pero durante el proceso de escritura, me iba muy bien estar pintado y escribiendo porque en la pintura dejaba reposar la escritura y al revés. Cuando volvía al texto había fragmentos que cuando releía me sorprendían muchísimo, porque no me reconocía o porque contaba experiencias que no sabía por qué en aquel momento había decidido contar y encajaban perfectamente. Siento que hay mucha más libertad, que la parte autobiográfica me coloca en el lugar desde el que poder empezar a tirar de otros hilos y empezar a desarrollar la historia hacia otros lugares.
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