Desde que Priscilla Presley se personó en Venecia para apoyar el estreno del nuevo film de Sofia Coppola en el marco del Festival de Cine Internacional, ya teníamos ganas de ver lo nuevo de la cineasta. Y junto a Chanel, quien se ha encargado del exquisito vestuario, asistimos al preestreno en España de Priscilla, protagonizada por Cailee Spaeny y Jacob Elordi, que por primera vez cuenta el punto de vista de ella.
Sofia Coppola, conocida por su narrativa matizada y sutil, presenta un viaje crudo a través de la tormentosa vida de Priscilla Presley que ofrece una visión íntima y profunda de su viaje de amor, fama, celos, abuso, droga y crecimiento personal junto al conocido Rey del Rock ’n’ Roll, Elvis Presley. Y lo hace basándose en el libro que escribió la propia Priscilla, Elvis and Me (1985). 
Cailee Spaeny cautiva con su interpretación de Priscilla, desde su inocencia juvenil hasta su transformación en una mujer independiente que, tras años encerrada en Graceland y hoteles de todo el mundo, da el valiente paso de divorciarse de su marido, una figura que el film presenta como manipulador y muy controlador (en una escena en la que hablan por teléfono mientras ella está encerrada en casa esperándole y él en Hollywood rodando otra de sus dudosas películas, le prohíbe a Priscilla que aplique a un puesto de trabajo porque su función es contestar al teléfono cuando él llame, que para eso es su mujer).
Así, Coppola contribuye a desmitificar la figura del prolífico cantante y actor, que tanto se ha elevado casi a figura de dios durante décadas. Porque aunque Elvis está presente en el film, no se cuenta nada de sus éxitos de ventas ni sus proezas, sino que lo vemos a través de los ojos de Priscilla, una chica que se enamora de él a la inocente (e ilegal) edad de catorce años, teniendo él ya veinticuatro. Y, como cualquier adolescente a su edad, lleva mal que su por entonces novio tenga ligues allá por donde va y, sobre todo, a ella no se atreva a tocarla. 
Este punto es, precisamente, un tema que trata bien Sofia Coppola en el film: el desafió al que se enfrentan las mujeres cuando son miradas por los hombres. Deben ser casi vírgenes, un ejemplo de pureza, tienen que ser deseables (Elvis la obliga a teñirse de negro, por ejemplo, y a pintarse como una puerta) pero sin sentir (y mucho menos, complacer) el deseo de ellas mismas. Eso sí, como sabemos también por los comportamientos de la estrella del rock ’n’ roll, las mujeres son a la vez desechables, puro entretenimiento, un juego de poder y de ego. 
Mientras él sale y se divierte, Priscilla se queda encerrada en casa todo el día. Ya lo advierte el perrito que Elvis le regala al principio: su función es casi decorativa, doméstica. De hecho, el largometraje llega a ser hasta claustrofóbico, ya que Priscilla vive enjaulada en Graceland (por cierto, bravo por conseguir grabar en la casa original donde pasó todo, es un logro) o en habitaciones de hotel. Y todo esto se refleja también en el tratamiento visual, claro. El estilo visual distintivo de Coppola, reconocible por los marcos exquisitamente compuestos y paletas de colores suaves y pastel, se ve afectado por la realidad de Priscilla: una vida triste y apagada, grisácea, como la mayoría de fotogramas. 
Más allá de ello, Sofia logra adentrarnos a la época de los 70 no solo con la banda sonora popular de los tiempos, sino también de las localizaciones: la ya mencionada Graceland pero también los casinos de Las Vegas y los viajes a Palm Springs o Los Ángeles.
A todo esto, no podemos olvidarnos de la inestimable colaboración de Chanel, con quien Sofia Coppola mantiene una relación desde hace años. Liderada por la diseñadora de vestuario Stacey Battat, la inclusión de la Maison francesa al film añade una capa de elegancia y autenticidad. Y es que, otra cosa no, pero Priscilla no paraba de llevar looks de ensueño fieles a su época y estatus. Y una especial mención, claro, al vestido de novia hecho a medida inspirado en la colección Haute Couture Primavera/Verano 2020.
La historia de Priscilla es triste, y así nos deja el film. Sin embargo, los actores protagonistas no brillan precisamente por sus interpretaciones; no hay dramatismo, ni sentimentalismo, ni una fuerte carga emocional. La historia se sostiene, claro, y la estética contribuye en gran medida. Pero a pesar de todo, saliendo del cine, no tienes la impresión de haber vivido una gran historia, ni de amor ni de desamor.