La Galería Senda se estableció en 1991 para aportar al panorama artístico de Barcelona algo de lo que hasta entonces carecía: un espacio para la representación de artistas internacionales. Treinta y tres años más tarde y después de haberse convertido en un nombre referente, siguen cumpliendo sueños. Hasta el 20 de abril, en sus instalaciones tendremos el lujo de poder visitar la exposición Robert Wilson. The Messiah (Der Messias), una muestra que trae por primera vez dibujos originales, creados entre Salzburgo y Berlín, del director de escena de culto que, antes de pintar el escenario con luz, sonido y movimiento, lo hace con carboncillo sobre el lienzo.
Para los que tuvimos la suerte de asistir a la presentación de la exposición y escucharlo hablar, Wilson es una de esas mentes que iluminan con su presencia y sus palabras. Los conceptos, referencias y perspectivas que va exponiendo, a veces con la aparente inconexión característica de aquel que posee un gran conocimiento y una percepción muy entrenada, van construyendo efectivamente en la cabeza del oyente una imagen que ayuda a comprender su obra de manera realzada, pero también consigue descubrir puertas nuevas que uno no había cruzado antes. Se trata de una verdadera mente imaginativa, capaz de crear mundos hasta hablando (y mientras esboza en sus hojas blancas, que nunca lo abandonan).
Se encontraba en la ciudad para presentar su nueva obra para el Gran Teatre del Liceu, El Mesías, pero la versión de Mozart, no de Händel. Es importante hacer esta distinción porque, como nos cuenta, lo que le atrae de cómo Mozart trató la obra es que es “pura arquitectura. Da una tremenda libertad al texto y a la música”, y sobre esta estructura y con esta libertad, él trabaja. Aunque es conocida como un oratorio, Wilson entiende la obra como un opus espiritual que va más allá de cualquier religión oficial, de la misma forma que la música es indiscutiblemente anímica, pero no tiene por qué estar relacionada con ningún dogma, sino que responde a algo más primario e intrínseco dentro de cada uno.
Gracias precisamente a la música nacen estos dibujos, que se podrían definir como concepciones, bocetos, previos a montar la producción escenográfica. Antes de comenzar a trabajar en una obra, lo primero que hace es escuchar la música, dejar que esta le mueva y sugiera. En las melodías, Wilson busca introspectivamente y encuentra lo que después plasma en el papel y que uno puede sentir incluso a través del cristal que lo enmarca. Algo que transporta al mar o al espacio exterior, a las montañas o ante un intimidante arco gigante. Por esto, los originales que nos encontramos en esta exposición no son esquemas, no son apuntes; son manifestaciones de energía que luego él trasladará al escenario de distintas maneras. Son ensoñaciones, ideas abstractas, inducidas por la música y aterrizadas de igual forma que luz haciéndose paso entre la oscuridad, como en los lienzos cubiertos de grafito negro que luego afeita para revelar la claridad subyacente del papel.
Son lo primero que ve cuando la música suena, antes de tener que responder a ningún otro parámetro, la musa hablando. Y es que él piensa en abstracto. Cuando llegó a Nueva York para estudiar en el Instituto Pratt de Brooklyn, fue al teatro y no le gustó. Le pareció que había demasiadas cosas sucediendo, y él prefiere disfrutar de las obras en tranquilidad, sin nada pasando a su alrededor, como fan de la música registrada y de las grabaciones. Entonces, descubrió el reto personal que guiaría su carrera: “¿Puedo crear algo en el escenario que esté concentrado? ¿Que me ayude a escuchar la música mejor que en la radio? ¿Que me ayude a escuchar mejor que con los ojos cerrados?”. En este propósito se perdió alguna vez, desperdiciando tiempo en intentar hacer algo en su cabeza que no estaba en el papel, que no estaba en la habitación, pero también encontró su don.
Desde Senda afirman más que contentos que poder contar con Wilson y esta exposición “es todo un logro y orgullo para la galería”. “Llegar a él no es nada fácil”, cuentan, “es una persona blindada”. Llevaban mucho tiempo soñando con el día en que Wilson llenase sus paredes y, tras años de intentos fallidos, lo han conseguido. Por esto, nosotros y el mundo de la cultura estamos muy agradecidos, y no nos sorprende para nada que hayan sido ellos los primeros en lograr este hito, eso sí, siempre con la ayuda del “lujo de director de arte que tenemos en el Liceu, Víctor Garcia de Gomar, que sin él no habría sido posible”, como se aseguró de mencionar Carlos Durán, director de la galería.
Wilson, pese a no ser reconocido en el campo de las artes visuales de forma remotamente similar a como es conocido en el teatro, es un dibujante realizado que ha utilizado el medio desde que era un niño sumamente tímido y reservado, para encontrarse a sí mismo; y desde que se convirtió en artista, para encontrar sus producciones, flotando entre sueños y música. Para conocer más acerca del universo sensorial y evocador que se esconde incluso detrás de sus trazos, solo hace falta una visita.
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