Las heridas emocionales son un fenómeno extraño, porque no hay sangre, no hay una radiografía que revele la fractura, pero sentimos que algo muy íntimo se ha roto. Esta herida se revela en una disociación de la mente con la realidad, como el dedo que se aparta del fuego de manera involuntaria. Y si no atendemos esa fuga, podemos quedarnos ahí, en una nube densa por donde nos pasa la vida.
Núria Gómez Gabriel, investigadora y comunicadora cultural, publica Traumacore. Crónicas de una disociación feminista, con la editorial Cielo Santo. Se trata de un libro difícil de contener en unas líneas. A ratos es un ensayo sobre el neogótico y la cultura digital, la memesfera, la hauntología, las identidades disidentes; en otros momentos, un rugido desesperado, el diario de un abandono, una compilación de notas en los renglones o en la app de notas. Traumacore es dolorosamente transparente.
Partimos de que el sujeto femenino tiene una herida histórica infringida por el patriarcado. Pero si abrimos el espectro, encontramos una cantidad inabarcable de sujetos políticos dañados por el mismo sistema normativo. Las minorías somos mayoría, pero una mayoría hastiada. Frente al discurso neoliberal del empoderamiento, Núria Gómez propone una disociación afirmativa que no nos obligue a encajar en los cánones de producción. Asumirse heridas, fragmentadas, fantasmagóricas. Y asumirnos cibernéticas, también. En este ensayo hipercontemporáneo, se pone el foco sobre las expresiones digitales de esta experiencia, enfatizando su sentido universal y cuestionando cómo hablar del trauma.
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Primero, darte la enhorabuena por tu libro. Es un libro muy singular, desde la estructura hasta el estilo. Traumacore habla, entre muchas cosas, del estado disociativo y es en sí mismo un libro que se disocia. ¿De dónde parte esta idea? ¿Cómo fue el proceso de escritura?
Conocí a Blanca, de Cielo Santo, en la presentación de Love me, Tinder. Al tiempo se pusieron en contacto, interesadas en publicar mi tesis sobre el gótico, pero yo no lo veía claro. Aun así, me dieron un voto de confianza absoluta y me dijeron ‘escribe lo que quieras’. Y yo escribí lo que pude. Estuvo escrito en cinco o seis meses, del tirón, entre fines de semana y vacaciones. Cuando las chicas me hicieron la propuesta, me fui a las Canarias, a Tenerife. Estuve haciéndome muchas preguntas, hice un viaje al inframundo mío y un mes después, volví con el prólogo. A partir de ahí, fui tirando del hilo.
Partía de una situación personal difícil. Pasaba por una separación que fue un abandono mal gestionado, y el cerebro se vuelve loco buscando respuestas. En todo el proceso estuve acompañada por un terapeuta que, de hecho, aparece en el libro, también como una ironía sobre la cultura terapéutica absolutamente individuada. Busqué herramientas en los libros para entender la situación, como una cuestión de metabolismo. Básicamente, estuve conviviendo con fantasmas, y eso es lo que me parecía interesante, disociarme en esos fantasmas, que apareciesen otras voces que no fuesen mis voces.
Todo el libro va dando saltos abismales entre el registro académico y lo que parece autoficción. ¿Había una intención por romper la rigidez académica?
La parte más ficcionada ayuda a situarte en una vida, sería una escritura situada. No es un ensayo abstracto. Buscaba herramientas para mi vida, no herramientas para el pensamiento. Una vez leí que Sabina Urraca decía que cuando escribes, te tiene que dar un poco de vergüenza. Si te da vergüenza es buena señal, porque significa que hay un desnudo. Y creo que tiene razón. A mí me da vergüenza, lo reconozco. Al estar escrito en primera persona, tiene unos efectos en la vida.
¿Cómo sientes que está siendo la recepción de Traumacore?
Me sorprende el buen recibimiento que está teniendo. Lo que me hace más feliz, más allá de si llega a mucha gente o a poca, es cómo se está leyendo el libro. Para mí el feminismo es un cómo: cómo atraviesas las cosas, nunca un qué. Y la verdad es que el libro ha sido superbien acogido por la comunidad LGTB y los libreros lo ponen en estudios queer, dentro de los feminismos, y esa es mi mayor felicidad.
Lo que estaba intentando abrir con la cuestión del gótico son todas las identidades sombra, innombrables, los procesos de desorientación, los estados borrosos en la identidad. Me interesaba ver cuáles son los procesos que te hacen ver así, desde invalidaciones interpersonales, violencias sistémicas, etc. Perseguía entender para desestigmatizar ciertas culpas, pero vaya, que no he llegado a ninguna conclusión.
“No hay una respuesta para el amor o el deseo que nos encaje a todas. Hay que situar esas cuestiones en vidas y sistemas concretos.”
En el libro te remites principalmente a referentes anglosajones de los años noventa para hablar del feminismo disociativo y de los trauma studies. Es un campo de investigación poco explorado en el contexto español. ¿Cómo llegas a él?
Con mi tesis doctoral, Espectropolíticas: imagen y hauntología en las prácticas artísticas contemporáneas, me fui acercando a estas cuestiones desde el campo de la estética. Conocía que existía un spectral reader feminista, el feminismo desplegando las teorías espectrales. Sin embargo, quise ir a la raíz, al diálogo entre Jacques Derrida y Mark Fisher, para entender bien la base y poder hablar con el spectral reader, y también con una intención de matar al padre. Cuando leía este tipo de teorías, me faltaba carne. En Traumacore, hay un capítulo en que le hablo a Fisher, porque en la vida hay puntos ciegos donde no aplica la teoría.
También me fui a Buenos Aires en busca de lecturas que no fuesen del norte global. Quizá es en la onda latinoamericana donde más se puede encontrar este tema, en cuestiones de novela, el realismo mágico, el neogótico, Mónica Ojeda… Intentar llevar la violencia a la fábula, ese viaje me interesa más que los ensayos que dan respuestas. La imaginación tiene potencial político para desestabilizar el orden simbólico. Intentaba huir del feminismo de ópera, estas elaboraciones sofisticadas y absolutas sobre el deseo, el amor. Para mí no tiene sentido porque no hay una respuesta para el amor o el deseo que nos encaje a todas. Hay que situar esas cuestiones en vidas y sistemas concretos.
Me interesa la intersección con la clase social y ahí entra la disociación afirmativa. La disociación feminista es asumir que nuestras condiciones solo nos permiten disociarnos. Pero es una teoría que hay que matizar, porque tampoco es plan de instrumentalizar ciertas condiciones de salud mental.
Traumacore es un libro que hurga en las heridas, no con saña sino para reconocerlas, pero hay momentos altamente sensibles. Como autora, ¿crees que se debe evitar el triggering o hay que asumirlo?
Cuando estaba escribiendo, no tenía la intención de activar un trigger; de hecho, está escrito en clave de trigger. Pero, sí que me hace pensar en cuáles son las comunidades que han vibrado con el libro. Solo el título ya apela a gente que ha pasado por cierta vulnerabilidad. Llega a comunidades que han tenido que soportar el peso de un trauma que es sistémico, un sistema monstrificador. En los casos de estudio que expongo en el libro, buscaba prácticas que hayan comunizado el dolor, desde las burguesas del siglo XIX con las comunidades de convalecencia, a cuestiones más artísticas, colectivos de internet, etc. Intentaba ver dónde, estas cicatrices, se habían hecho comunidad.
Con la popularización del feminismo, en estos momentos somos más conscientes de las situaciones de maltrato y de desigualdad, pero parece que la consciencia no garantiza una salvación. Seguimos perpetuando estas dinámicas, con lo terrible de que, además, las vemos. Esta estética de Internet orientada al trauma demuestra una lucidez sobre la propia herida que alimenta la impotencia de sanarla. ¿Qué hacemos con la herida cuando ya la hemos visto? ¿Estamos abocadas a repetir la incisión?
No lo sé, esa es la pregunta. Yo no sé qué hacer, por una cuestión absolutamente de clase. Es más fácil llegar a una ética feminista cuando te lo puedes permitir. Si tienes que formar parte de estructuras violentas y no tienes otra opción más que el autoabandono, si tienes que sostenerte en precariedad, ¿qué haces? ¿Qué haces después de la desesperación? Me disocio, con todas sus consecuencias. Es una forma de supervivencia.
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Igual que hiciste con tu proceso de escritura, ¿la producción artística puede ser una solución o es otra manera de disociarse?
La producción artística te permite sublimar, procesarlo en un sentido estético y bello. Es muy bonito que pase eso, pero no te salva. Ahora entiendo más, soy capaz de situar y de ver, pero igualmente te atraviesan las cosas. Ahí entraría todo el campo de la ironía, que también es una manera de metabolizar la mierda producida por el patriarcado.
El libro gira en torno a los fenómenos de Internet, desde las webcamers de los noventa Ana Voog o Jennicam, los challenges de TikTok o las estéticas digitales como el morute, el dreamcore, el weirdcore y otras. ¿Es la memelogía un nuevo campo de investigación académica?
Quizá no está tan validado, pero ya es un campo de investigación. Sobre el meme ya existe literatura, a través del meme, no. En la segunda edición puse una nota a pie sobre la apropiación del contenido meme. Hay citas que son explícitas y directas, pero también hay apropiación, porque mi subjetividad ya es meme. En la trama incorporo frases de Fleabag, de Carry, porque eso también es mío, ya pensamos así. La academia es un sistema muy rígido, con un sistema de puntuación jerárquico y patriarcal en el que las comunidades se van autovalidando y solo se citan entre ellos. Por eso es complicado que se valide la cultura de Internet.
En el prólogo, escrito por Chenta Tsai, se habla del cringe y del potencial de Internet para las identidades disidentes. ¿Es Internet un espacio de resistencia para las marginadas/marginales? ¿No es como intentar desmontar la casa del amo con las herramientas del amo, como decía Audre Lorde? Porque Internet es un monstruo de la homogeneización cultural y de la preservación del status quo.
Primero, sobre el prólogo, tendría que escribir un libro entero sobre el cringe. Hay que hablar de la vergüenza. Y sobre lo de Internet, cuando estaba escribiendo el libro, llegué a los memes traumacore y encontré dos cosas: una, que no podías identificar la ideología; segundo, que los comentarios denunciaban que había una fetichización del trauma. Pero creo que no hay forma de acercarse al trauma que no sea fetichizándolo. Hay un movimiento catártico en la representación visual de esas escenas arcaicas de violencia.
¿Qué sucede cuando nos asumimos fantasmagóricas, monstruosas, fragmentadas, heridas?
Que hay más validación. Cuando el espectro de la identidad es estrecho y canónico, genera desarraigo; abrir eso es entender la identidad de manera menos excluyente. Es desestigmatizante, menos excluyente, se generan espacios seguros para más subjetividades. Pero no está la sociedad preparada para aceptarnos desde eso.
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